La mañana parece una postal perfecta: el sol brilla con fuerza, el aroma a café recién hecho flota en el aire, y el murmullo elegante de tacos resuena sobre el mármol blanco. Las modelos van y vienen por los pasillos, los diseñadores murmuran frente a las mesas de bocetos, y los teléfonos no paran de sonar
En el piso 34, Carlos Laveau, impecablemente vestido con un traje italiano, se desplaza entre su equipo con su habitual aire de superioridad. Sonríe. Reparte órdenes. Firma contratos. Como si nada ni nadie pudiera tocarlo.
Hasta que la puerta del ascensor se abre con un ding seco. Cinco hombres y una mujer del FBI irrumpen sin pedir permiso. Trajes oscuros, placas colgando del cuello, rostros impenetrables. La sala se congela. El murmullo cesa como si alguien hubiera apagado el mundo. ––declara con voz firme, proyectando seguridad y control absoluto de la situación–. Por orden del Tribunal Federal del Distrito Sur de Nueva York, queda formalmente arrestado bajo los cargos de malve