El murmullo lejano de los periodistas aún se filtra por las ventanas cerradas. El aire huele a café frío y papeles viejos. La puerta de la oficina se abre con un chirrido suave. Amara entra, aún agitada, con la respiración entrecortada y el corazón golpeando contra sus costillas como un tambor de guerra.
Liam la sigue de cerca, atento a cada paso que da y la observa con ojos encendidos por la preocupación. –Amara… –murmura, apenas la puerta se cierra–.Tranquila, tu no tuviste la culpa de nada
Ella no contesta. Está parada en medio del despacho como si no supiera dónde encajar. Liam da un paso más, la toma suavemente por los brazos y la atrae hacia sí. –Ya está, respira. Estoy aquí. No tienes que cargar sola con esto.
Amara se derrumba en el abrazo. Apoya la frente en su hombro, mientras una lágrima solitaria le recorre la mejilla. No es tristeza. Es agotamiento.
De pronto, la puerta se abre de golpe –¡Amara! –La voz de Sophie estalla en la habitación, vibrante y agitada. –Acabo d