Pero el caos es más rápido. Un chasquido seco, un golpe sordo que corta el aire. Y luego Úrsula retrocede un paso, como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies. Sus ojos se agrandan, clavados en el vacío. Una línea roja le surca el vientre, caliente, inesperada, brutal. Su expresión es la del cuerpo que se da cuenta tarde de que ha sido traicionado.
–No… –murmura, más para sí misma que para los demás. Mira sus manos, como si esperara encontrar la respuesta allí, pero lo único que encuentra es sangre. Mucha sangre. Su cuerpo se arquea hacia atrás como una flor cortada de raíz, y cae con un gemido seco.
–¡Úrsula! –gritan Cristóbal y Lucas al unísono, con el corazón en la garganta, corriendo hacia ella sin pensar en las balas que siguen silbando.
Cristóbal corre hacia ella, trastabillando, con las pupilas dilatadas y el alma desbordada de horror. Se arrodilla junto a su cuerpo y la sostiene con cuidado entre sus brazos temblorosos. La sangre caliente le empapa las manos. –No