capítulo 2

CONTRATO CON EL ARROGANTE CEO.

CAPÍTULO 2.

NARRA DENAYT.

Nuestra casa estaba a las afueras del pueblo, rodeada de praderas, el olor a tierra y naturaleza siempre estaba presente. Vivíamos en una casa modesta de madera envejecida por el tiempo, con un porche pequeño adornado con macetas de flores silvestres. Dentro, era simple, pero acogedor: una mesa de madera en el centro de la cocina, dos habitaciones pequeñas. Lejos del ruido de las ciudades. Lucas era un lugar donde la vida se vivía en paz, en compañía de los vecinos y la naturaleza.

Crecí en ese lugar, nunca había salido del pueblo hasta ese día, cuando todo cambió. Como ya era costumbre papá llegó en la madrugada, borracho. Empezó a gritar mi nombre, así que me levanté antes de que despertara a mis hermanas. Apenas entendía lo que decía, sus palabras eran un revoltijo, pero lo llevé hasta su cama y lo acomodé, como siempre.

Tres horas más tarde se levantó tambaleándose y sin rodeos me dijo que empacara mi ropa. Me aseguró que había conseguido un trabajo excelente en una casa de familia. Según él, la paga era increíble y no podía dejar pasar la oportunidad. Mi mente voló inmediatamente hacia Gael, mi novio. Nos conocimos cuando éramos adolescentes, pero llevábamos solo dos años como novios. Teníamos planes de casarnos. Gael trabajaba mucho para ahorrar, así que pensé que, si pagaban tan bien como decía papá podría generar ingresos para la casa y quizás, ahorrar para nuestro matrimonio.

No me entusiasmaba la idea de estar lejos de mis hermanas, pero eran solo unos meses. No era tanto tiempo… o eso me decía. Me despedí de mis hermanas y le dije a Siena que ella quedaba a cargo como mi sucesora. Quería hablar con Gael para contarle la buena noticia, pero papá dijo que no había tiempo, que él luego le explicaba.

Empaqué algunas de mis cosas, no es que tuviera muchas. Llegamos hasta el hotel del pueblo en la cafetería esperaba el señor “eso pensé yo” que sorpresa me lleve al ver que era un joven, se veía muy serio. Parecía un caballero de hielo. Papá cruzó un par de palabras con él y luego nos alejamos en su auto. Me sentía nerviosa, no sabía a dónde íbamos y qué era exactamente lo que tendría que hacer.

Lo miré a través del retrovisor nerviosa. No tenía ni idea de a dónde me estaba llevando.

—¿Su señoría vive lejos de aquí? —me atreví a preguntar, tratando de romper el silencio incómodo.

Él desvió la mirada hacia mí con una expresión fría y distante. Por un momento pensé que no iba a responder.

—Lo suficiente —dijo con un tono seco y sin más explicación.

Sentí que había dicho algo indebido, por eso no me atreví a insistir.

El auto avanzaba a través del camino polvoriento, alejándonos del pequeño pueblo. Miraba por la ventana, sentía un nudo en el estómago; el pueblo de Lucas desaparecía lentamente detrás de nosotros y con él, todo lo que conocía. Él seguía conduciendo en silencio, con la misma expresión seria y fría en su rostro. No tenía idea de cuánto faltaba para llegar, pero cada vez estábamos más lejos de casa. Empecé a preguntarme si había cometido un error. La incertidumbre me mataba, pero no me atrevía a decir nada más.

Pasamos junto a un cartel "Wichita" No sabía que decía, pero me di cuenta que estábamos cerca de una ciudad más grande. Giró hacia el aeropuerto privado. Era un lugar que jamás había visto de cerca. Mis nervios crecieron al verlo parar el auto junto a lo que parecía ser un jet privado.

Me giré sintiéndome pequeña como un insecto en comparación con todo lo que ocurría a mi alrededor. ¿A dónde me estaba llevando ese caballero de hielo? Pensé. Él se bajó con total seguridad. Me ordenó salir y aunque mis piernas temblaban, lo hice. Mis ojos se abrieron como platos al ver el enorme jet privado frente a nosotros. Jamás había visto uno tan cerca, el miedo se apoderó de mí. Él se acercó a un hombre vestido de piloto, intercambiaron algunas palabras que no alcancé a escuchar. Luego, con un gesto autoritario, me indicó que subiera.

—Adentro, rápido —me dijo sin mirarme, con el mismo tono frío.

Mi corazón latía con fuerza mientras subía las escaleras de metal, cada paso me parecía más pesado. Nunca había volado, menos en un avión tan lujoso.

Él se acomodó sin prisa en su asiento de cuero, mientras yo me quedé de pie, observando todo a mi alrededor sin saber qué hacer. El interior del avión me parecía más extraño que cualquier cosa que hubiera visto en mi vida. No tenía idea de qué era cada objeto, ni mucho menos cómo debía comportarme en ese lugar.

—¿Te vas a quedar ahí parada todo el día? —preguntó, con una voz que no dejaba dudas de su impaciencia.

Rápidamente me senté en un asiento vacío, pero ni siquiera sabía si estaba bien estar ahí. En cuanto me acomodé, noté las correas extrañas en los costados y sentí pánico. No sabía cómo se usaba eso. Todo me parecía tan ajeno y complicado. Jamás había visto algo así.

Miré hacia el hombre buscando alguna señal, pero él estaba concentrado en su teléfono, ignorándome por completo. Quise preguntarle, pero el miedo a hacer el ridículo me detuvo. Mis manos temblaron al tocar la correa intentando descifrar su función.

—Abrocha el cinturón —dijo de repente, sin siquiera levantar la mirada de su pantalla.

Lo miré nerviosa, sin entender a qué se refería. Todo en ese lugar me resultaba incomprensible, como si hablara otro idioma o fuera de otro mundo.

Me quedé inmóvil sin saber qué hacer, de repente lo vi levantarse de su asiento con una expresión de exasperación. Caminó hacia mí con su mandíbula apretada, se inclinó sin decir palabra. Sentí que sus dedos firmes tomaban la correa y con un tirón preciso, abrochó el cinturón alrededor de mi cintura.

En ese momento, lo miré por primera vez de cerca. Sus ojos, eran de un gris acerado, fríos y penetrantes, tan helados como la expresión que los acompañaba. Me estremecí, incapaz de sostener su mirada por mucho tiempo.

Empezaron a castañearme los dientes por el miedo, apenas podía contener el temblor que recorría mi cuerpo. Todo eso era nuevo para mí, abrumador. Tragué saliva intentando reunir valor y volví a preguntar en un murmullo:

—¿A… adónde vamos?

Él me miró con desprecio, esa fría expresión en sus ojos grises no cambió mientras respondía:

—Beverly Hills.

Intenté repetirlo, pero la palabra se me atascó en la garganta. No era capaz de pronunciarlo, ni de entender completamente qué significaba ese lugar desconocido.

Solo se me ocurrió susurrar:

—Mi pá no me dijo… Él sabía…

El silencio se hizo incómodo, mientras yo seguía intentando procesar a dónde me llevaban. Él soltó un suspiro de impaciencia, su mirada seguía fija en mí, como si fuera un ser incomprensible.

—Claro que no te dijo. ¿Acaso crees que sabía algo de mi vida? —Su tono fue cortante, casi burlón—. Pero no te preocupes, pronto lo descubrirás.

Mis manos seguían temblando, apreté la tela de mi vestido, me sentí perdida y asustada.

—Prepárate para un viaje largo —dijo con una frialdad que me hizo estremecer.

Sentí que el avión comenzó a moverse, mi estómago se retorció con la sensación de despegue. Antes de que pudiera procesarlo, el avión ascendió rápidamente.

Me aferré a los brazos del asiento, sintiendo que el mundo se movía bajo mis pies. La presión en mis oídos aumentó y una ola de pánico me invadió.

—¿Esto… es normal? —logré balbucear, sintiendo que el miedo me paralizaba.

Él me lanzó una mirada despectiva, sin perder su arrogancia.

—Sí, es lo que sucede cuando volamos. Relájate.

Su tono no ofrecía consuelo, lo único que podía hacer era respirar profundamente intentando calmarme mientras el avión surcaba el cielo.

—Señor Vin, estoy muy asustada —susurré con voz temblorosa.

Su mirada se volvió hacia mí, fría y penetrante, como si pudiera silenciarme solo con su expresión.

—No me digas.No es algo que me interese —dijo con desdén.

Su tono y esa mirada hicieron que me callara de inmediato, sentí el miedo crecer en mi pecho mientras el avión seguía su camino a las alturas. Lo único que se me ocurrió fue cerrar los ojos.

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Narra Vincent.

El avión aterrizó con suavidad, al salir, el calor de Beverly Hills me envolvió. Por fin estaba de regreso. La mayor parte del vuelo esa cosa parecía una estatua y cada que intentaba hablar me preguntaba; ¿Qué clase de persona hablaba así? Ese lenguaje parecía sacado de otra época, una que no tenía cabida en mi mundo. Mientras conducía hacia la mansión no podía evitar sentir que estaba en el centro de mi imperio.

La mansión se alzaba majestuosamente en la colina, rodeada de abundantes jardines y altos muros que garantizaban su privacidad, la propiedad era un refugio donde el bullicio de la vida de la ciudad parecía quedar muy lejos. La entrada principal estaba flanqueada por fuentes y caminos de piedra.

Mientras me acercaba a la mansión, eché un vistazo por el espejo retrovisor. Denayt miraba por la ventana con una expresión de asombro y miedo. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el vasto horizonte de Beverly Hills, donde los edificios relucían bajo el sol, y las lujosas casas parecían sacadas de un cuento de hadas. Su mandíbula temblaba, podía ver que luchaba por contener el pánico ante la grandeza que la rodeaba.

Esa era solo una de las muchas propiedades que poseía, esa mansión se había convertido en mi refugio. La privacidad que ofrecía era invaluable; apenas unas pocas personas podían cruzar sus puertas sin una invitación. El personal era reducido y cuidadosamente seleccionado; tenían que seguir mis reglas al pie de la letra. Era meticuloso con mis cosas, cada detalle en su lugar, horarios, cada espacio diseñado para reflejar mi perfeccionismo.

Al llegar a la mansión, estacioné el auto y nos bajamos. Ella giró la cabeza, maravillada por la espléndida entrada y los jardines perfectamente cuidados. Con una inocencia que la hacía parecer aún más desubicada, me preguntó:

—Su señoría, ¿cómo se llama este pueblo?

No pude evitar una sonrisa burlona. Era evidente que ese mundo le era completamente ajeno.

La miré con irritación y curiosidad.

—No es un pueblo, es mi casa. Aquí vas a trabajar.

Una exhalación profunda salió de su boca, abrió aún más los ojos.

—Señor Vincci, yo creo que aquí es como mi pueblo. Aquí voy a perderme —murmuró, con voz temblorosa y un leve hilo de pánico.

La miré fijamente preguntándome si realmente comprendía la magnitud de lo que significaba estar en mi mundo, tan distinto al suyo.

—Aquí no te perderás —respondí con un tono seco—. Te aseguro que hay muchas cosas que tendrás que aprender, pero perderte no es una opción.

Su mirada seguía atrapada en los detalles de la mansión, me pregunté si a pesar de su miedo, había algo más en ella que solo esa fragilidad que aparentaba. Al entrar, me giré hacia Denayt, quien observaba con asombro cada detalle, la expresión en su rostro revelaba fascinación y miedo. En ese momento noté que sus ojos eran de un verde brillante y lleno de vida, resaltaban con la luz del sol que se filtraba a través de los ventanales. Noté también esas pecas en su nariz y mejillas que, bajo la luz, parecían aún más… Asquerosas.

¿Qué es esa cosa? Pensé, mientras la miraba detenidamente dándome cuenta de que, a pesar de mi desprecio, había algo en su inocencia que me intrigaba.

—No hables a menos que te lo pida —dije con un gesto arrogante.

Su rostro se contrajo en sorpresa, un leve temblor recorrió su cuerpo. A pesar de su asombro, había algo en ella que me resultaba intrigante, como si su vulnerabilidad y su inexperiencia en este mundo fueran una especie de desafío.

La conduje por el vestíbulo, donde los techos altos y las lámparas de cristal brillaban con una luz suave. Denayt observaba todo con asombro y miedo, sus ojos se movían rápidamente de un lado a otro, como si intentara absorber cada detalle de ese lugar tan extraño para ella.

Pasamos a la sala, donde el elegante mobiliario y las obras de arte adornaban cada rincón, y luego al comedor, con su enorme mesa de roble. La cocina, equipada con lo último en tecnología la hizo detenerse un momento, asombrada, era como si todo fuera totalmente desconocido para ella. ¿Eso me hizo preguntarme en qué era vive?

Llegamos a la habitación donde iba a quedarse, elegí la más pequeña. Ya que en mi casa nadie del servicio se había quedado antes. Abrí la puerta revelando un espacio decorado con tonos suaves y una vista impresionante del jardín de atrás.

—Esta será tu habitación —dije, observando su reacción mientras ella entraba, la curiosidad se mezcló con la inquietud.

—Este cuarto es más grande que mi casa —dijo con los ojos abiertos casi en un estado de ensoñación.

—No es un cuarto, es una habitación —respondí, con la mandíbula tensa.

—Su señoría, cree que me adapte, yo no sé cómo voy a acostumbrarme a esto —murmuró, abrumada.

Su tono inocente y la forma en que se dirigía a mí me molestaba. Detestaba ese acento rural, su manera de hablar, me sacaban de quicio.

—Recuerda, no hables si no se te pide —le recordé, tratando de mantener mi arrogancia a flote.

Su rostro se apagó por un momento y esa chispa de vida se desvaneció, haciendo que me preguntara si había sido demasiado duro. Le lancé una mirada fría antes de salir.

—Descanse.

Después de dejar a Denayt en su habitación, me dirigí a mi despacho. Lo primero que hice fue llamar a mi abogado, la conversación fue directa y clara. Necesitaba un contrato que dejara en claro que Denayt no podría salir de la mansión hasta que saldara la deuda de su padre. La idea de atarla legalmente a esa situación me satisfacía; no podía permitir que se escapara. Le ordené que redactara el documento lo más rápido posible, asegurándome de que cada detalle estuviera perfectamente especificado.

Luego me retiré a mi habitación, necesitaba un baño para quitarme el olor a pueblo y todo lo que había pasado las últimas 24 horas. Me reí de pensar en mis amigos, la expresión al darse cuenta que los dejé solos en ese horrible lugar.

Continuará…

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