CONTRATO CON EL ARROGANTE CEO.
Capítulo 1 Narrador omnisciente. Dicen que el mundo es inmenso, pero a veces las distancias más largas pueden acortarse con un simple giro del destino. Dos almas, tan distintas como el día y la noche, cuyas vidas parecían destinadas a no cruzarse jamás, estaban a punto de coincidir. Vincent Sinclair y Denayt Thompson vivían en universos separados, con costumbres, aspiraciones y sueños totalmente opuestos. Vincent Sinclair Mide 1.90. Es un hombre elegante y de presencia imponente. Su cabello oscuro, corto y perfectamente peinado hacia atrás. Siempre viste trajes de diseñador, oscuros y hechos a medida. Su rostro es anguloso, masculino, con una mandíbula marcada, pómulos altos y definidos. Lleva una barba perfectamente arreglada, que realza sus facciones. Sus ojos son de un gris acerado, una mirada penetrante, segura y dominante. A veces fría, casi cortante, pero con destellos de calidez que aparecen fugazmente y pueden descolocar a cualquiera. El puente recto de su nariz, junto a sus cejas gruesas y perfectamente cuidadas con un arco sutil, acentúan la intensidad y el carácter de su expresión. Sus labios son definidos y sensuales: el superior más fino, el inferior un poco más lleno, sugiriendo un control absoluto de sí mismo, pero también la capacidad de ser seductor cuando lo desea. Su complexión es atlética, con un torso amplio y marcado que se intuye incluso bajo las camisas. Hombros anchos, brazos firmes. Su piel tiene un tono bronceado natural, resaltando los tatuajes intrincados que decoran su cuello y pecho. Denayt Thompson. Mide 1.65. Es delgada, pero con curvas suaves y femeninas. Su cabello largo con mechones dorados ligeramente ondulado, caen libremente o en una trenza. Los rasgos faciales son suaves y delicados. Sus ojos son grandes, de un color verde claro expresivos y llenos de vida. Sus cejas son gruesas naturales, bien definidas y de un tono castaño que resalta contra su piel dándole una expresión delicada. Su nariz es pequeña y fina, perfectamente proporcionada a su rostro, con una curva suave que le otorga un aire angelical. Sus labios son carnosos, de un color rosa pálido y natural, tienen una forma bien definida que aporta suavidad a su expresión facial. Su piel es blanca con algunas pecas esparcidas de manera encantadora sobre sus mejillas y nariz, se acentúan mucho más al estar al sol. Acostumbra a vestir modesta y sencilla, con ropa en tonos tierra, gastada, pero bien cuidada. El destino, siempre caprichoso, tejía hilos invisibles entre ellos. Lo que parecía imposible, pronto se haría inevitable. Pero volvamos atrás, dónde inició todo. ━━━━━━✧♛✧━━━━━━ Los Ángeles; Beverly Hills. 9 de noviembre. Nunca pensé que mi cumpleaños número 28 sería el día que cambiaría mi vida por completo. A lo largo de los años, me acostumbré a que mis amigos intentaran sorprenderme con algo fuera de lo común. Una fiesta de lujo, un viaje extravagante... cosas que siempre parecían más importantes para ellos que para mí. Tenía que pagar una estúpida apuesta que “les deje ganar” era el mejor cuando se trataba de juegos, pero ese día decidí darles ese gusto. Lo que pidieron como pago era dejar que celebraramos mi estúpido cumpleaños. No me gustaba celebrarlo, pero no tenía de otra. "Relájate, Vincent. Te prometemos que será una noche que no olvidarás" Decidieron que era hora de escaparnos de la rutina. Convencieron a la parte más sensata de mí de embarcarme en un viaje hacia un lugar desconocido. Nos subimos a mi jet privado, el vuelo duró unas pocas horas. Al aterrizar, alquilaron un auto y nos dirigimos a un mundo que parecía completamente alejado de la vida que conocía. Lejos del control, siempre había controlado cada aspecto de mi vida y de mis negocios. Mi imperio no se había construido solo, y mucho menos con apuestas al azar. Pero allí estaba, dejándome arrastrar a la nada a ese lugar que ni siquiera recordaba haber visto en el mapa. Llegamos a un pueblo polvoriento y olvidado por el mundo, el tipo de lugar que evitaba a toda costa. Dimos un recorrido luego insistieron que en ese lugar podría presumir mis talentos “divertirnos” Entramos en un viejo edificio clandestino, un lugar donde los hombres iban a perder lo poco que les quedaba. El aire estaba cargado de humo, whisky barato, y apuestas desesperadas. Me senté con una copa en la mano observando el espectáculo. Fue entonces cuando fijé la mirada en una mesa del fondo. Había un hombre desaliñado, la desesperación se marcaba con cada arruga de su rostro. Pero sonreía porque al parecer estaba ganando todas las rondas. Ya tenía un buen acumulado. Conocía ese tipo de hombres dispuestos a todo, aunque no tuvieran nada. Me acerqué y le dije que quería jugar. Me miró de pies a cabeza, uno de sus amigos le dijo: es tu oportunidad, eres el mejor en esto, estos niños ricos no saben nada, solo gastar el dinero que les dan sus padres. Me senté y lo dejé jugar. Lo dejé ganar las dos primeras rondas porque quería ver hasta dónde llegaría su avaricia. Sus ojos brillaban cada que un nuevo fajo de billetes se ponía en la mesa seguro de que me había vencido. Tripliqué la apuesta, una cantidad tan exagerada que no podría pagar ni trabajando todo un año. Lo miré, él sonreía pensando que ya lo tenía ganado y en esa última mano, lo aplasté. Su rostro cambió en un instante. La desesperación se transformó en miedo. Trató de negociar, de encontrar una salida. Pero no había escape. Me debía una suma que jamás podría pagar. Le dije que al día siguiente lo esperaba en el hotel donde me quedaba con mi dinero, ni más ni menos. El tipo se arrodilló diciendo que me devolvía todo lo que me había ganado, incluso lo que ganó en toda la noche antes de mí. Sonreí y escupí con desprecio. —Mañana a las ocho. Apuesta es apuesta. Un hombre se mantiene firme en sus compromisos, y las deudas son sagradas. Ahí fue cuando todo comenzó. Lo primero que hice fue irme al hotel, “si a eso se le podía llamar hotel”. Mis amigos insistieron en recorrer bares en busca de diversión; mujeres, pero me negué. Ya les había dado el gusto de llegar hasta ese asqueroso lugar. No podía negar que había disfrutado ganarle al “dizque mejor” en aquel lugar clandestino. La curiosidad me devoraba: ¿cómo iba a pagarme? Pensé que tal vez tuviera el descaro de pedirme una ronda más. Al día siguiente, desperté con la sensación abrumadora de querer largarme de ese lugar. Bajé a la cafetería del hotel, empecé a hojear el menú sin interés. Una mesera se acercó, diciendo que me estaban buscando. Miré mi reloj; eran las ocho. Cuando vi al tipo acercarse, sonreí con arrogancia, se le notaba nervioso. Ridículo. Lo observé con curiosidad, pensando cómo iba a saldar su deuda. —Señor, por favor... déjeme devolverle lo que apostó... Levanté una mano cortando su súplica en seco. —Necesito el dinero que gané. —Es que no tengo cómo pagar esa cantidad... —Entonces, ¿por qué apuestas si no puedes pagar? ¿Creías que podrías aprovecharte? —espeté—. Quiero mi dinero o tendrás serios problemas conmigo. Lo vi tragar saliva mientras se pasaba las manos por el cuello tratando de calmarse. —Lo único valioso que tengo es mi hija... le ofrezco que trabaje como su empleada hasta saldar la deuda. Mis cejas se alzaron, casi divertido. Era absurdo. —Solo le pido una condición —agregó, con voz temblorosa. Lo miré fríamente, mis labios se torcieron en una sonrisa fría. —¿De verdad crees que estás en posición de poner condiciones? Bajó la cabeza. —Es lo más valioso que tengo. Solo pido que sea su empleada, no dama de compañía. Sé que es un hombre de palabra. —¿Tu hija como empleada? —Hice una pausa conteniendo una risita—. Espero que no estés jugando conmigo. No soy alguien que acepte migajas por una deuda sería. ¿Quieres que confíe en ti? Entonces que sea bajo mis términos, no los tuyos. Me incliné hacia delante sin dejar de mirarlo. Por la diversión del momento decidí aceptar. Tal vez la curiosidad. O tal vez, simplemente, quería ver hasta dónde llegaría esa desesperación humana. —Acepto, pero recuerda que tu hija me deberá lealtad absoluta. Si no cumple, las consecuencias serán tuyas. Después de pronunciar esas palabras, el hombre se quedó en silencio esperando una respuesta. Lo miré un momento evaluando la situación. —Tráela —ordené, sin cambiar el tono de voz. Richard: así se presentó, nervioso y sin decir nada más, salió apresurado de la cafetería. Pocos minutos después, regresó con una joven que bajó la cabeza al entrar. Casi me sangran los ojos al verla, llevaba un vestido color caca horrible y una caja en las manos. Hice una mueca de fastidio. —Ella es mi hija, le aseguro que es muy trabajadora. Le pasó la mano por la espalda, animándola a acercarse. Ella levantó la mirada y esbozó una pequeña sonrisa. —Un gusto, su señoría. Mi nombre es Denayt. Casi se me rompen los tímpanos al escucharla hablar; ni siquiera pronunciaba bien las palabras, ni su propio nombre. Qué nombre más horrible, tanto o más que la portadora. Richard comenzó a explicarle que iría a trabajar conmigo por un tiempo, que ella sabía que necesitaban el dinero y que no podían perder las oportunidades. La observé con curiosidad. Claramente, ella no sabía la verdad. Por lo visto, el hombre no tenía ni idea de dónde vivía yo. Pensaba que era de algún pueblo cercano. Me incliné hacia atrás en mi silla observándola con calma. No podía creer lo que estaba sucediendo y menos que su padre fuera tan patético como para ofrecer a su hija como pago. ¿Realmente pensaba que aceptaría algo así? Suspiré mirándola una vez más, analizando cada aspecto de su apariencia, su actitud sumisa. ¿De verdad creía que podía serme de utilidad? Esa cosa. —¿Qué tienes ahí? —Pregunté con el ceño fruncido mirando sus manos. —Son mis cosas, su señoría. Mi pá dijo que iba a trabajar de interna. —¿Tu pá…? —repetí, con una sonrisa incrédula que apenas ocultaba mi indiferencia. Esa era la primera vez que alguien me hablaba de esa forma, como si fuera un noble y no un simple CEO. La miré de arriba a abajo, eso solo hacía que mi disgusto creciera. —Vincent, me llamo Vincent —murmuré, apretando la mandíbula. —Vincin —repitió ella, como si estuviera probando mi nombre en sus labios. Ni siquiera podía repetir mi nombre. Qué se suponía que haría con “eso”. En lugar de recibir un pago por haber ganado, parecía que había caído en un juego ridículo. “Esto es un mal chiste”, pensé, sentí una mezcla de irritación y desafío. ¿Cómo podía haber llegado a esto? Me levanté de golpe, ni siquiera pensaba esperar a mis amigos; qué clase de ridículo haría. —Nos vamos —escupí con frialdad. Antes de que se subiera al auto, Denayt se despidió de su padre con una sonrisa inocente de “pronto nos vemos”. Elevé una ceja con evidente burla. Estaba a punto de entrar en el auto cuando escuché su voz temblorosa. —Señor… Volví la mirada hacia Richard, sin mostrar emoción alguna. —Recuerda lo que le comenté —susurró, con la mirada esquiva, como si temiera que ella escuchara —. Por favor, mi hija es una gran empleada, pero solo eso. De verdad pensaba que yo sería capaz de involucrarme con eso, que estupidez. Mis gustos no eran tan patéticos. Con un tono burlón, le respondí: —¿Cree que volverá a verla? Me la entrega como pago de una apuesta y ni siquiera sabe dónde vivo ni quién soy. Usted no tiene ningún derecho de pedir nada. Sus ojos se abrieron, vi el miedo en ellos. Era como mirar a un ratón atrapado; la desesperación en su mirada era un recordatorio del poder que tenía en esa situación. Para mí, era un espectáculo disfrutar de su inquietud, la forma en que se encogía ante mi presencia. La sensación de poder me llenaba; era una victoria más que solo una simple apuesta. —Recuerde, Richard —dije mientras me dirigía hacia el auto—, en este juego, el que pierde debe aceptar las consecuencias. No se engañe; yo nunca juego para perder. Continuará…