Vincent.
Una vez que cruzamos las puertas de la mansión, ella siguió de largo por la sala y yo empecé a subir las escaleras. Entonces, de repente, escuché:
—Gracias…
Me giré lo suficiente para mirarla.
—Por lo de hoy… por lo de mis hermanas.
Lo decía con sinceridad, aunque le costaba. Aunque intentara construir una pared, su corazón de pollo terminaba imponiéndose. Siempre.
—No me agradezcas —dije sin ningún tipo de expresión—. Tómalo como una recarga para lo que se te viene encima. Una motivación. Además, es parte del contrato. Solo cumplo con lo pactado.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Empezó a jugar con un mechón de su pelo.
—Gracias por no congelarlas con su frialdad, señor Vin-cin.
Pronunció cada sílaba, sin dejar de mirarme. Apreté la mandíbula. Me estaba desafiando. Lo vi en sus ojos.
Antes de que pudiera responder, giró sobre su eje y salió corriendo como si se hubiera robado algo.
En vez de enfurecerme, una estúpida sonrisa tocó mis labios. Negué y subí los p