Me temblaron los labios. Él se alejó, exhalé con fuerza. Las palabras se me escaparon de los labios antes de poder detenerlas.
—¿Y… Gael? —pregunté en voz baja—. ¿Podría… verlo o hablar con él… alguna vez.
Vincent alzó una ceja, con una lentitud que me hizo arrepentirme de inmediato. Apoyó ambos codos sobre el escritorio, entrelazó los dedos con calma y con una sonrisa tan afilada como el filo de una navaja, murmuró:
—¿Mi futura esposa quiere verse con otro hombre? Qué imagen tan adorable.
Se incorporó sin dejar de mirarme.
—Denayt. No, mientras firmes como señora Sinclair. Aunque sea solo en papel, esa etiqueta conlleva ciertas... limitaciones.
Caminó hacia los estantes de libros, su voz volvió a sonar con una tranquilidad inquietante:
—Si aceptas este juego, no hay lugar para terceros.
Su respuesta fue fría. Por un impulso tonto una vez más las palabras se me escaparon.
—¿Y… eso también aplica para su señoría? —evité mirarlo.
Ni siquiera sabia por qué pregunté algo tan estúpido.