9 de Diciembre.
Un mes. Exactamente el tiempo desde que cometí el estúpido error de viajar a ese maldito pueblo y regresar con… esa cosa a mi casa.
Para la mayoría, diciembre era sinónimo de luces, regalos y alegría. Para mí, no era más que otro mes del calendario, igual de vacío, igual de predecible.
Nunca me gustó la Navidad. En realidad, la detestaba. Nunca quise atesorar recuerdos. No servían de nada. Solo eran tropiezos sentimentales disfrazados de nostalgia. Aprendí a bloquearlos, uno por uno, como si fueran errores contables.
A veces, sin querer, uno se filtraba… como aquella cena de Navidad en la que mi madre cocinó su famoso pavo y mi padre, por una vez, llegó temprano. Recordé la risa, el calor, los abrazos.
Recordé… lo que se sentía tener un hogar. Pero después llegó el vacío.
Y entendí que los recuerdos solo hacían daño. Así que los enterré. Todos.
Desde entonces, los abrígate bien y felices fiestas quedaron fuera de mi calendario.
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Narra Denayt.
Dic