Más de veinte llamadas perdidas.
Una cascada incesante de notificaciones brillaba en la pantalla del teléfono, como un coro de lamentos que imploraban su atención. Había mensajes cargados de súplicas, voces de su familia que le rogaban desesperadamente una señal de vida, una mínima respuesta, una palabra que confirmara que seguía allí, que aún estaba respirando en algún rincón del mundo.
Pero a él no podía importarle menos.
Nada de eso tenía peso.
Nada, salvo ella.
La obsesión lo consumía como un veneno. El paradero de Bárbara era la única coordenada de su existencia, lo único que aún justificaba el latido frenético de su corazón.
Desde la noche anterior, Connor se había transformado en un espectro errante. Sus pasos lo habían llevado por cada rincón donde una vez compartieron risas y promesas, recorriendo como un penitente las huellas fantasmales de un pasado que ya no existía. Vagó por las calles que antes recorrían tomados de la mano, entró en los cafés donde el eco de su risa toda