Adentro de la casa, Rosanna hizo su parte también. Redactó una carta conmovedora para el director de la escuela disculpándose por la decisión abrupta y solicitando el permiso al que tenía derecho por su luto, junto con sus vacaciones. Dijo que había sido un error intentar seguir adelante tan pronto, que necesitaba sanar.
Los contactos de Rosalin eran pocos; apenas cinco números tenían conversaciones: sus compañeros de trabajo y la dueña de la pastelería. Les dijo lo mismo, explicándoles con la voz quebrada que su periodo de negación había terminado y necesitaba tomarse un tiempo para sí misma. Dijo que iría a la playa y prometió comunicarse lo antes posible. Eso debía darles al menos unos días de ventaja sin que nadie buscara a su nueva hermanita.
No podían permitirse errores. Rosanna empacó las cosas de Rosalin en las viejas maletas que encontró bajo la cama. Era evidente que no se habían usado en demasiados años. Eligió la ropa necesaria,
El momento que Rosanna llevaba esperando durante el último año por fin había llegado.No podía seguir fingiendo. Las noches con Rubén, esas que alguna vez fueron su alimento favorito, puro placer y lujuria, ahora la hacían sentirse prisionera en su propia cama. Eran una rutina insoportable. Solo quería sentir las manos de Kamal sobre su cuerpo, esos labios calientes que la devoraban sin pedir permiso, sin esperar nada más que rendición.Al principio, casarse con Rubén había sido un sueño hecho realidad. Él era todo lo que una mujer podía desear: atractivo, rico, atento, encantador, poderoso. Un príncipe oscuro con una billetera sin fondo y un cuerpo de pecado. Le daba todo lo que pedía, la trataba como a una reina, y la hacía suya como si fuera lo único que importaba en el mundo.Pero todo eso se esfumó con el nacimiento de su hija. Ese parásito diminuto se aferró a su cuerpo y le robó el protagonismo, la juventud y, lo peor de todo, el amor de Rubén.Rosanna lo intentó, en serio. Tra
La encontró de pie frente a la chimenea, lanzando al fuego las impresiones de la ecografía que esa tarde le había dejado en el escritorio.—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? —gruñó él.—¿Acaso te importa? —respondió sin mirarlo—. Tu madre revisa mi sangre a su antojo, como si yo fuera una yegua de cría y tú no le dices nada. ¿Dudaban de que fuera tuyo? ¿Por eso era necesaria una prueba de ADN?Rubén resopló, pasándose una mano por el pelo con fastidio.—¿De verdad vamos a hacer un escándalo por esto? No lo tergiverses. Nadie duda que sea mi hijo, Rosanna. Mi madre solo quería asegurarse de que todo estuviera bien. Tengo derecho también.—¿Derecho? ¿Derecho a invadir mi cuerpo? ¿A violar mi privacidad?—¡¿Qué privacidad?! ¡Eres mi esposa! ¡Llevas a mi hijo! Deja de actuar como una niña malcriada.Rosanna se giró, con los ojos vidriosos, inyectados de sangre. No por las lágrimas contenidas, sino por la ira descontrolada que la cegaba.—Eso es todo lo que soy para ustedes, ¿ve
Esas semanas de espera se volvían un suplicio a Rosanna, y la ansiedad la arrastraba cada vez más seguido a su nidito de amor con Kamal. Allí, entre sábanas revueltas que olían a sexo y tabaco, encontraba algo parecido a la paz.—El doctor dijo que tu hermanita estará lista en dos semanas... —murmuró él, mientras le besaba la espalda desnuda y recorría con los dedos el hueco de su cintura—. ¿Cuándo quieres hacerlo?—Mañana.—¿Estás loca? Hoy saliste con Amaranta. Tu marido no te va a dejar salir otra vez tan pronto.—Mara no puede quedar salpicada con esto —resopló ella, sin apartar la vista de su reflejo en el espejo de cuerpo entero junto al tocador—. No quiero causarle problemas.—¿Y entonces?—Conozco a Rubén. Va a pensar que estoy haciendo una rabieta cuando no aparezca. Eso nos dará ventaja. Igual, no quiero un baño de sangre, Kal. No podemos enfrentarnos a sus guardias, no quiero que nadie más salga lastimado. Y tus chicos no durarían ni dos minutos.—¿Tan poca fe me tienes? —g
Él se quedó paralizado, con los ojos desorbitados y la mano aún en alto. No podía creerlo. No era la primera vez que discutían. Tampoco era la primera vez que ella decía cosas horribles sobre su hija. Pero él jamás... jamás había levantado la mano contra ella. Nunca pensó que sería capaz de algo como eso. Ni siquiera en sus peores momentos.Rosanna también quedó paralizada. Era cierto que había buscado enfurecer a Rubén. Quería que se marchara a dormir a otra habitación, que la ignorara al día siguiente y le dejara el espacio perfecto para huir. Pero nunca pensó que él cruzaría esa línea. Su perfecto esposo no parecía ser ese tipo de hombre… Y sin embargo, lo era.Ni siquiera se enojó por el golpe. Le dolía como el infierno, pero le servía de maravilla para sus planes. El sabor metálico no tardó en invadirle la boca. Obvio. Esa mano tan grande, tan pesada... ¿cómo no iba a romperle el labio?No se atrevió a mirarlo. Rubén parecía una estatua rota, inmóvil, como si ni siquiera estuvier
Cerca del mediodía, Rosanna dijo que iría a visitar a su madre, y todos la entendieron perfectamente. Siempre que había una discusión fuerte en la casa, la señora se refugiaba en su madre, quien evidentemente la mimaba en exceso. Margaret, sin embargo, no podía evitar dudar de que las cosas realmente hubieran escalado a ese nivel.A pesar de todo, lo que pasaba en la casa de los Salazar siempre resultaba ser más complicado de lo que aparentaba.Rosanna, como siempre, necesitaba hacer un show, y la entrada de la casa no fue la excepción. Peleó con los guardias, creando un drama porque no soportaba la idea de que los "perros de Rubén" la siguieran a todas partes. Gritó como una loca, advirtiéndoles que, si la seguían, los despediría sin excepción, disfrutando de la sensación de control, aunque fuera momentánea.Tomás, el jefe de seguridad, ya conocía demasiado bien su temperamento. Les indicó a los demás que la dejaran mar
Leiva, 11 de septiembre de 2018.Las ruedas de las camionetas chirriaron contra el pavimento al frenar, rompiendo el silencio de la noche.Sin demora, docenas de hombres bajaron de los vehículos de un salto y corrieron alrededor, tomando posiciones. Era un pequeño ejército de soldados armados y listos para actuar. Las órdenes fueron silenciosas: gestos con las manos y susurros por los intercomunicadores que les indicaban exactamente qué hacer.No se percibía ningún sonido en el interior de la bodega y el comandante de ese operativo podía sentir el terror helado invadiendo sus venas. Aunque su semblante duro y el ceño fruncido no dejaban traslucir su pánico, en su interior, Rubén se derrumbaba a cada segundo con el terrible presentimiento de que ya era demasiado tarde para salvar a su esposa.Una enorme puerta oxidada y corroída era lo único que lo separaba de un reencuentro o del peor hallazgo de su vida. Incluso cuando quería sentarse y respirar un poco para calmar la ansiedad que lo
Tal como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna. Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Méndez, quien le respondió de la misma manera. Ella estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y tenían un trato al respecto; sin embargo, en esta oportunidad la paciente era demasiado importante.La doctora no alcanzó a disimular su expresión horrorizada al observar las lesiones evidentes y asumir, debido a su experiencia, aquellas internas que requerirían más atención.—Es mi esposa, Liliana.Rubén lo dijo entre dientes, su voz era apenas un susurro, más letal y peligroso que si estuviera gritando a todo pulmón. Esa corta oración contenía un peso tan grande que la pobre mujer cerró los ojos y suspiró. Eso era prácticamente una sentencia de muerte; si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital lo harían también.—La atenderemos bien, señor Salazar. Le avisaré sobre su estado en cuanto pued
Luego de dar órdenes para que el grupo de élite se quedara al cuidado de su esposa, y tras amenazarlos con asesinar hasta al primo más lejano si permitían que algo le sucediera, Rubén se subió a una camioneta y manejó por su cuenta de regreso a la bodega, donde Sergio le había informado que el equipo de investigación ya había terminado y ahora todo ardía en llamas para eliminar cualquier rastro de su presencia.Mientras conducía aferrado al volante con tanta fuerza que se le blanquearon los nudillos, recordó inevitablemente la primera vez que vio a Rosanna, siete años atrás, cuando ella era apenas una jovencita de diecinueve años.Él iba con demasiada prisa porque acababa de recibir una llamada con información crucial para un operativo que tenían entre manos y debían actuar contra reloj. El semáforo cambió a amarillo y apuró al conductor para que avanzara; sin embargo, un par de jovencitas se les atravesaron en el camino y el pobre Tomás apenas alcanzó a frenar antes de atropellarlas.