Capítulo 2

Tal como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna. Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Méndez, quien le respondió de la misma manera. Ella estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y tenían un trato al respecto; sin embargo, en esta oportunidad la paciente era demasiado importante.

La doctora no alcanzó a disimular su expresión horrorizada al observar las lesiones evidentes y asumir, debido a su experiencia, aquellas internas que requerirían más atención.

—Es mi esposa, Liliana.

Rubén lo dijo entre dientes, su voz era apenas un susurro, más letal y peligroso que si estuviera gritando a todo pulmón. Esa corta oración contenía un peso tan grande que la pobre mujer cerró los ojos y suspiró. Eso era prácticamente una sentencia de muerte; si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital lo harían también.

—La atenderemos bien, señor Salazar. Le avisaré sobre su estado en cuanto pueda.

Él sabía que ya no podía hacer nada más. Su esposa debía ser revisada y atendida; él solo podía esperar y asesinar con la mirada a todos a su paso para asegurarse de que hicieran bien su trabajo. También necesitaba verificar que las cosas en su casa estuvieran bien. Revisó su reloj antes de hacer la llamada, todavía no era tan tarde y tomó solo dos timbres escuchar un saludo del otro lado.

—Margaret, ¿cómo está mi niña?

—Ya está durmiendo, señor. Estaba triste porque usted no llegó a leerle su cuento, pero conseguí que se durmiera con la promesa de que mañana podría vestirse de princesa… También preguntó por su mamá…

—Ya la rescatamos, pero deben revisarla en el hospital. No creo que yo llegue esta noche, trata de calmarla si pregunta por mí y todavía no le digas nada sobre su madre.

—Claro, así lo haré, señor.

—Avísame cualquier cosa. Tomás sabe que no puede entrar ni una mosca en la casa, pero igual, ten cuidado.

—Como ordene, señor.

Rubén colgó la llamada rodando los ojos. Margaret siempre parecía un robot cuando hablaba con él; todo era: “sí, señor”, “no, señor”, y él estaba seguro de que la chica le tenía miedo, incluso si se conocían desde niños. Sin embargo, lo importante era que trataba a su pequeña florecita como si fuera su propia hija; la quería y la cuidaba con esmero, y la niña también la adoraba.

Por eso, más que una niñera, Margaret era otro miembro de la familia.

Durante las más de dos horas que tuvo que esperar antes de que Liliana viniera a darle noticias de su esposa, Rubén solo recibió una mala noticia tras otra. Sergio le informó que no habían encontrado nada en la bodega y él sabía que, con su segundo a cargo, no había una aguja que pudiera perderse en ese lugar. Quien quiera que estuviera detrás del secuestro de su esposa lo había hecho muy bien, porque ni siquiera él, con todo su poder y sus contactos, había conseguido atraparlos.

Tan solo al recordar la imagen de su hermosísima esposa con tantos golpes encima, tuvo que apretar los puños y los dientes porque, de lo contrario, se rompería los nudillos contra la pared o le partiría todos los huesos al primer desafortunado que se le atravesara en el camino.

—Señor Salazar. —La joven doctora lo sacó de su nebulosa de rabia, y la expresión temerosa que traía no le gustó para nada.

—¿Cómo está Rosanna?

—Tiene varias lesiones internas, pero ninguna que requiera cirugía. Su cuerpo se recuperará con el tiempo, aunque necesitará supervisión médica constante. La lastimaron mucho.

A Rubén le produjo un vacío en el estómago el tono que usó Liliana para decir eso último.

—¿Qué quieres decir? ¿Abusaron de ella?

—No encontramos signos evidentes de agresión sexual. Pero la tortura fue prolongada. Está muy deshidratada y desnutrida, lleva varios días sin ingerir alimentos suficientes. La lesión más grave es un trauma craneoencefálico, le realizamos una tomografía y presenta un edema cerebral leve. Por ahora, el neurocirujano recomienda monitoreo estricto; si el edema progresa, evaluaremos una intervención quirúrgica.

—¿Qué más?

—Tiene laceraciones en la espalda, dos costillas fracturadas y múltiples hematomas. Las heridas en muñecas y tobillos muestran signos de infección, al igual que quemaduras en sus manos de distintos grados que requieren tratamiento. Tendrá que permanecer hospitalizada varios días. Hemos decidido mantenerla sedada por ahora; el dolor sería demasiado intenso si despertara en este momento y el shock entorpecería su recuperación.

—No puede ser… —Rubén sintió que las fuerzas abandonaron su cuerpo y las piernas le flaquearon, tuvo que sentarse de nuevo—. ¿Ella va a estar bien?

—Físicamente… sí, con el tratamiento adecuado, se recuperará. Pero aún no podemos determinar si habrá secuelas neurológicas. Tendremos que esperar a que despierte para hacer una evaluación completa. Y debe prepararse para el impacto psicológico. Después de un secuestro y este nivel de tortura, las secuelas emocionales pueden ser profundas.

Rubén asintió con la mirada perdida. Era definitivo: en cuanto pusiera sus manos sobre los causantes de todo esto, desearían no haber nacido.

—¿Puedo verla?

—Claro, venga conmigo.

Rubén siguió a la doctora hasta la habitación de su esposa. Tal como él había solicitado, toda esa ala del hospital estaba desocupada por seguridad. Al final del pasillo, tras abrir la puerta, se encontró con una imagen que le rompió el corazón.

Incluso dentro de la bodega y en el trayecto, la escasa luz y la suciedad no le permitieron discernir la gravedad de las lesiones. Ahora, al verla limpia y tan bien iluminada, de verdad tuvo que contenerse para no soltarse a llorar.

Ese rostro perfecto que lo había enamorado estaba destrozado. Los moretones de diferentes tonos contaban una historia de dolor continuo, como un cruel recordatorio de cada golpe recibido. Rosanna había sido torturada sin piedad, y Rubén sintió como si un cuchillo al rojo vivo le atravesara el corazón.

Uno de sus ojos estaba completamente hinchado y teñido de un púrpura intenso; incluso si intentara abrirlo, no sería capaz. La imagen le recordó a las consecuencias de las peleas clandestinas en las jaulas. Rosanna estaba destrozada. Ese cuerpo pequeño y frágil había sufrido demasiado a lo largo de esos días en los que él fue incapaz de encontrarla.

El corazón se le apretó inevitablemente en el pecho y la amargura subió de su estómago a su garganta como una llamarada de fuego que lo quemaba por dentro. Y pensar que al principio había dudado de que fuera un secuestro real…

Su desaparición ocurrió luego de una fuerte discusión entre ellos, quizás la más terrible en sus seis años de matrimonio. Su primer instinto lo llevó a pensar que era un nuevo berrinche de su esposa, otro arrebato para llamar su atención y exigir disculpas en forma de diamantes. Las horas que perdió sin salir a buscarla enfriaron todas las pistas, y la demora facilitó este abuso.

Era su culpa y nunca se lo iba a perdonar.

Extendió una mano vacilante, sintiéndose indigno de tocarla. Le acaricio el rostro suavemente, aunque estuviera sedada, no quería causarle ningún dolor. Recorrió con la yema de los dedos la piel que no estaba lastimada y acomodó su cabello, esbozando una sonrisa triste.

—Ya estás a salvo, cariño. No voy a pedirte un perdón que no merezco. Pero te juro que esos malditos van a pagar cien veces más por tu dolor.

Le dejó un suave beso en la frente y salió de la habitación hecho una furia.

Ese hospital se iba a convertir en una fortaleza mientras Rosanna permaneciera allí. Para ese momento, ya se habían desplegado sus hombres y Rolando se había adueñado de la sala de seguridad. Sin embargo, no había nada que él pudiera hacer por su esposa mientras dormía.

Su misión ahora era encontrar a quienes la habían lastimado… y hacerles pagar.

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