–Veo que Steve cumplió muy bien las órdenes que le di –dijo el teniente, mirando a la prisionera desde la reja.
–No tienes que ser así de cruel, Harry, no ganas nada con esto, yo sé que eres un buen hombre, al menos ponme en una de las otras celdas –la expresión en su rostro, así como su tono de voz, eran las mismas que habían conmovido profundamente a Steve unos minutos antes.
–¿Entonces… no estás a gusto? –la pregunta, aparte de no tener sentido, parecía haber sido formulada por un robot.
–Me duelen las muñecas, y los brazos se me están empezando a dormir, por lo que más quieras Harry, por lo menos suéltame las esposas, tú sabes que no me merezco esto.
–Debo ir hasta Tofino, cuando regrese veremos qué podemos hacer al respecto, y no te preocupes por tener que presentarte ante el juez Barrington, la verdad es que no quiero hacerte ese mal, y no vayas a ningún lado hasta que yo regrese –dijo el teniente antes de volverla a entregar a la soledad de su pequeña c