Aquella noche, Luciana no pegó ojo.
Se volteó una y otra vez sin conseguir dormir. Al final, resignada, se levantó, abrió el botiquín de viaje y tomó una pastilla. Bebió un sorbo de agua y volvió a acostarse.
El somnífero hizo efecto rápidamente y, al cabo de unos minutos, se hundió en un sueño turbio y pesado.
***
A Luciana la despertó el timbre del celular al amanecer.
No era la alarma: era una llamada.
—¿Bueno? —atinó a gruñir, todavía entre sueños.
Del otro lado sonó la voz ronca y suave de Alejandro:
—¿Ya despertaste?
—¡Tsk! —Bufó; el mal humor matutino le brotaba cuando no dormía bien—. Pues no, gracias. Si me hubieras dejado diez minutitos más, hasta te estaría agradeciendo la molestia.
—¿Te interrumpí el sueño? —Alejandro consultó la hora—. No es tan temprano; a esta hora sueles levantarte.
—Sueles… ¡Pues hoy no! —refunfuñó—. Me faltaban exactamente diez minutos.
Alejandro se quedó callado un segundo y pidió disculpas:
—Tienes razón. ¿Quieres colgar y dormir otro rato?
—¿Dormir