Luciana quiso responder, pero vio a Alba observándolos de reojo y se calló.
Tras el desayuno, salieron juntos: primero dejaron a Luciana en el hospital universitario, luego llevarían a Alba al kinder.
En el coche, la niña se acurrucó contra Alejandro.
—Tío… ¿tú quieres a mamá?
La pregunta lo tomó desprevenido: los niños captan más de lo que parece.
—Sí —admitió, algo tenso—. la quiero mucho.
Alba sonrió con picardía.
—Lo sabía.
Aliviado, él añadió:
—Y también te quiero a ti, Alba.
—Ya lo sé. —La niña se hinchó de orgullo—. No soy tonta.
Alejandro rió. Luego, curioso, preguntó:
—Si sabes que quiero a tu mamá… ¿crees que ella también me quiere?
La pregunta dejó a Alba con la boca abierta; sus ojos enormes parpadearon varias veces y terminó negando con honestidad:
—No sé… no lo veo.
—Vaya, descubres la mitad y la otra no —bromeó él, pellizcándole la naricita—. ¿Cómo no voy a saber yo si la quiero?
Alba le dio un golpecito alentador en el hombro, con aires de persona mayor.
—No te pongas t