Luciana valoró su preocupación.
—De acuerdo. Si no puedo con esto sola, te lo diré.
Cuando colgó, Luciana dejó escapar una sonrisa resignada. Había prometido avisarle, sí, pero si podía evitar darle más preocupaciones, mejor. Ya le había pedido demasiado… y, al fin y al cabo, él no era nada suyo.
***
A media tarde el servicio se reunió para una interconsulta interhospitalaria.
El área de cirugía cardiopulmonar del anexo universitario era la mejor del país y el Hospital Reeton había enviado un pedido formal: el paciente —una figura de alto rango en Reeton— requería valoración inmediata y, de ser necesario, intervención quirúrgica.
Había que escoger a la persona idónea para viajar.
De los pupilos predilectos del profesor Delio, los más brillantes eran Mario Rivera y Luciana Herrera.
Delio no podía ausentarse y Mario tenía la agenda quirúrgica saturada. Luciana, recién incorporada, era la que disponía de un margen razonable.
—¿El esguince de la mano ya sanó? —preguntó Delio.
—Totalmente —