¿Lo imaginaba o había odio en esos ojos?
Que Luciana lo odiara no era novedad; Alejandro lo supo desde hacía tres años.
Entonces ella lo engañó y lo dejó, convencida de que él encubría a Mónica. Desde que se reencontraron, ninguno mencionó aquel tema; todo quedó guardado… o eso creyó.
—Luciana… —intentó hablar—. Deberíamos…
—Estoy agotada —lo interrumpió. Cerró los ojos, exánime—. Necesito descansar. Me voy abajo.
Se dio vuelta para irse.
—¡Espera! —Alejandro la sujetó de nuevo.
—¿Ya basta, no? ¡Qué fastidio! —se volvió con un gesto de hastío y repulsión que le partió el alma.
Con amargura, agachó la vista, recogió una bata de seda del suelo y se la tendió. Pensaba ponérsela él mismo, pero ahora solo pudo ofrecérsela a distancia.
—Póntela; vas a resfriarte.
Luciana parpadeó. Dos segundos de silencio y pareció despertar de un sueño.
Suspiró, tomó la bata.
—Gracias… —murmuró. Esta vez su voz sonó cuerda—. Perdón por antes. Me retiro. Buenas noches.
Se envolvió y salió casi corriendo.
—¡L