Capítulo 947
Al final Luciana se quedó.

Tal como prometió Alejandro, se limitó a rodearla con un brazo y dormir. Nada más.

Sin embargo, Luciana se sintió más incómoda que con cualquier caricia; aquel abrazo tranquilo resultaba demasiado íntimo. Las palmas le sudaban y el sueño se le escapaba.

El ritmo de la respiración de Alejandro se hizo regular; los músculos se relajaron: se había dormido.

Era su oportunidad.

Conteniendo el aliento, apartó con cuidado el brazo que él le había dejado sobre la cintura, le acomodó el edredón y se levantó sin hacer ruido.

Antes de marcharse, dudó. Tras dos segundos de debate interno, apretó los labios y tomó la mano derecha de Alejandro—la lesionada. Con mano experta retiró la venda bajo la luz del celular.

La herida estaba limpia y no era profunda, no requirió puntos, pero la incisión era larga y en la mano dominante; debía tratarse bien.

Frunció el ceño, trajo un vendaje nuevo y volvió a cubrirla con firmeza segura: al día siguiente añadiría plantas desinflamatori
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