—¡Hablaré, lo juro! —replicó él, aliviado de que por fin le prestara atención. Abrió la mano frente a su rostro—. Mira, es aquí.
Desde la base del pulgar se extendía un corte diagonal de unos cuatro centímetros; sangraba aún y partes ya estaban costrosas.
—¡Dios! —exclamó Luciana. Sin duda se lo había hecho al frenar la caída para protegerla—. Estuve en consulta todo este rato y ni siquiera fuiste a que lo desinfectaran.
—No duele —respondió con una sonrisa genuina; lo decía en serio. En el estrépito de hace un momento, sólo pensó en ella.
—¿Ah, no duele? —arqueó una ceja—. ¿Y el quejido de hace un minuto?
—Fue un tirón… nada grave.
—Basta de payasadas —ordenó Luciana, dirigiéndose a Sergio—. Llévalo a curaciones. Verifiquen la profundidad y suturen si hace falta.
—No es para tanto —protestó Alejandro, sujetándola por la cintura—. Es sólo unos raspones; en casa tú misma puedes…
—Ni hablar —lo interrumpió—. Con mis manos vendadas y el brazo lesionado no puedo ni desatar un vendaje. Trát