Cortó y apretó el teléfono con tanta fuerza que se le marcaron las venas.
“Por poco y pierdo la calma”, se dijo, inspirando hondo.
Miró a Fernando y musitó:
—Fer, mi memoria es prodigiosa. No olvido el daño que te hicieron ni las humillaciones que yo pasé. Te prometo que no repetiré la historia.
Alejandro siguió con el aparato en la mano, callado.
“¿Fue su forma de recordarme que su corazón sigue con Fernando?”
***
Después de la visita, Luciana pasó por su departamento; tomó los libros y, al bajar, el móvil sonó de nuevo.
—¿Qué quieres ahora? —gruñó.
Él detectó el enfado y se detuvo un instante.
—Te veo. No te muevas; esos libros pesan.
Antes de que preguntara más, colgó. Al levantar la vista lo divisó corriendo desde la esquina; en dos zancadas ya estaba frente a ella.
—Dame. —Le quitó la pila de libros con naturalidad—. El auto está a media cuadra.
Avanzó unos pasos; ella no lo siguió.
—¿Y bien? —sonrió, intrigado—. ¿Por qué te quedas ahí?
—Alejandro… —Luciana lo observó un momento y