Luciana frunció el ceño, lista para explotar, pero él la anticipó; le sujetó los hombros y murmuró junto a su oído:
—No te enfades. Aunque te “aplastara” a capricho, vivirás mejor que cualquier mujer de Monio, ¿de acuerdo?
Luciana soltó una carcajada fría y, de hombros.
—Lo que sea que te haga feliz.
—Así me gusta. —Él besó su frente—. Vámonos; Alba extraña a su mamá.
***
El auto se detuvo frente a la torre del Grupo Guzmán.
Luciana lo miró de reojo.
—¿Alba está llorando por su mamá?
—Perdón —dijo Alejandro con tono mimoso—. Me surgió algo urgente; sólo será un segundo.
En pleno trayecto lo habían llamado para enviar un informe cuyo archivo estaba en la computadora de la oficina. No había alternativa.
—Si quieres, sube conmigo; hay botanas que te encantan.
—Paso. ¡Anda, apúrate!
—Como ordenes. —Sonrió resignado. Aquello de “amasarte a mi antojo” había sido puro alarde; ella no quería la menor cercanía y él sólo podía respetarlo.
Cuando Alejandro se perdió en el edificio, Luciana sintió