—¿“Todo”? —se indignó ella—. ¿Por qué sigues tratándola así de bien?
—No es asunto tuyo —cortó él, masajeándose el entrecejo—. Si terminaste, puedes irte.
—¡Alejandro…!
En ese instante se abrió la puerta del vestidor. Luciana, ya con ropa de calle y bolso al hombro, se topó con la escena.
—¿Interrumpo algo? Puedo esperar adentro…
—Ni lo sueñes. —Alejandro le sujetó la muñeca—. Ya nos vamos.
Le sacó el bolso con naturalidad y la guió hacia la salida. Detrás, Rosa lanzó un último grito:
—¡Luciana lo hizo para fastidiarme! Ese paciente no puede pagar más días de hospital. ¡Si fuera tan “humanitaria”, lo entendería!
La pareja no se detuvo. Solo cuando estuvieron dentro del coche, Alejandro notó el gesto preocupado de Luciana.
—¿Te afectó lo que dijo?
—Pensaba en ese enfermo —admitió ella—. Es cierto que anda corto de dinero…
Se quedó callada, luego chasqueó la lengua:
—Pero hay gastos que no se pueden recortar. Si ya invirtió tanto en operarse, no puede tirar todo por la borda.
Alejandro s