—¿Tu sala de descanso? —repitió Luciana, sobresaltada—. ¿No era un lugar prohibido para todos?
—Para todos menos para ti —repuso él, achinando los ojos—. ¿Quién te dijo eso?
—Tu otra “mujer”, Luisa —respondió sin rodeos.
En un segundo, la expresión de Alejandro se heló. Luciana se mofó en silencio: con tantas conquistas, ¿no es normal que surjan estos roces entre mujeres?
—Ay, ya me muero de sueño… —Ignoró la cara de fastidio de él y se adentró en la sala, bajó las cortinas y se dejó caer en la cama.
Durmió como tronco hasta pasadas las dos y media.
Se lavó la cara y salió, encontrándolo todavía concentrado detrás de su escritorio.
Con paso lento, se sentó en el sofá, mirándolo furtivamente de cuando en cuando.
Él se percató y levantó la vista:
—¿Te pasa algo? Si te aburres, puedes ver algo en la tablet.
—Quiero irme —contestó ella de inmediato—. A esta hora pronto debo buscar a Alba.
Alejandro revisó su reloj:
—Es muy temprano aún. —Extendió la mano—: Ven, acompáñame un rato.
—Mejor n