—¡Ay, no! Ni se te ocurra —respondió ella con auténtico fastidio—. Luego Luisa se molestará y, total, acabarás con el mismo dolor de cabeza.
Antes de que terminara la frase, Alejandro le pellizcó suavemente la cintura.
—¡Oye, cuidado! —se quejó Luciana—. ¡Tienes mucha fuerza!
—Te lo mereces —repuso él con la cara ensombrecida—. Por meterte en asuntos que no te incumben.
—¿Cómo? —Luciana soltó una risita discreta—. ¿Eso está mal? Quiero ayudarte a aliviar problemas. Mira, lo mejor es que sigas llevando a Luisa. A mí, de verdad, no me molesta. Seré comprensiva.
Parpadeó con inocencia para enfatizar su punto.
Pero Alejandro, lejos de tranquilizarse, arrugó aún más el entrecejo:
—O sea… ¿no te importa que esté con otra?
—¿Por qué debería importarme? —Ella se encogió de hombros—. A fin de cuentas, yo fui la última en sumarme a tu “lista”. ¿No debo respetar el orden?
Hizo una pausa y, de pronto, se inclinó para rodear su cuello con los brazos y soplarle al oído:
—Eso sí, ¿podrías tener buena