—Por lo pronto… —Luciana deslizó la bandeja hacia él—. Come algo de fruta.
—Gracias, linda.
El muchacho sonrió, algo tímido.
—¿Te gusta la música? Si quieres, te canto una canción.
—¡Sí! —exclamó Martina, palmoteando y señalando al otro—. ¡Los dos juntos!
—Encantados.
La pista cambió; los chicos tomaron un micrófono cada uno. Y, la verdad, cantaban muy bien: prueba viviente de que ganar dinero nunca es fácil.
—¡Bravo! —Martina aplaudía entusiasmada—. En otra época habrían sido los favoritos del palacio.
—¡Ja! —Luciana casi escupió el refresco—. ¡Tienes razón!
De pronto la balada se transformó en un ritmo trepidante.
—¡Linda, bailemos!
—¡Eso, linda!
Cada chico tomó a una de ellas y las llevó a la pequeña pista del privado. No eran unas niñas, aquello era solo “perrear” con estilo; se miraron, rieron y siguieron el compás. El ambiente se encendió al instante.
Cuando terminó la pieza, Luciana hizo un gesto de pausa.
—¿Te sientes mal, linda? —preguntó el muchacho, sosteniéndola.
—No, tranq