Volvía a lo mismo: ¿convertirla en “la otra”?
Luciana resopló, furiosa.
—¿Y cómo se supone que voy a “moverme con pase libre” si tus novias me van a hacer pedazos en cuanto lo sepan? ¿Crees que me van a dejar pasearme tan tranquila?
Alejandro soltó una carcajada baja.
—¿De qué te ríes?
—Perdón —contuvo el gesto, divertido—. Quise decir que preocuparte de eso ahora es prematuro; tendrás que pensarlo después de aceptarme, no antes.
Luciana se quedó boquiabierta; la rabia le subió a la cara. ¡Estaba peor que hace tres años!
—Tranquila —murmuró él, poniéndose de pie y pellizcándole suavemente la mejilla—. Si estás conmigo, te voy a cuidar; no dejaré que nadie te complique la vida.
—¡Ja! ¿Y todavía esperas que te lo agradezca? —Le apartó la mano con un manotazo.
—Veo que no estás dispuesta —respondió, alzando una ceja—. Está bien, no te empujaré. Te quiero convencida.
Se dio media vuelta y se marchó sin más.
***
Una puerta menos y otra más
Horas más tarde, Luciana abandonó la villa Trébol p