—Cometí errores, lo sé, pero tu vida está llena de mujeres. No te hago falta. Si te cansas de una, te sobran candidatas nuevas…
—¡Luciana! —gruñó él, mordiéndose la frustración.
Sí, así lo veía ella. Y por eso, tres años atrás, había desconfiado de cada promesa y había huido.
Explicaciones sobran, pensó él con amarga resignación. Las promesas que una vez ardieron en su voz ya no significaban nada.
Forzó una sonrisa templada.
—El caso es que sólo tú te atreviste a soltarme la mano. Y será sobre ti —susurró— donde recupere mi orgullo.
Dicho esto, le sujetó el rostro y la besó con urgencia. Fue un beso áspero, cargado de un rencor que la hizo estremecerse. No había ternura, sólo la necesidad de imponerse.
—N-no… —balbuceó ella entre lágrimas.
Las gotas resbalaron y se estrellaron contra la palma de él. Alejandro se detuvo, notando el temblor desesperado de Luciana. Toda la furia se apagó en sus pupilas.
La volvió a depositar sobre el piso, se arregló el nudo de la corbata con desdén casi