—¡Ay, no! —Patricia se sobresaltó—. Mi amor, no molestes al señor, está ocupado.
El labio inferior de la niña tembló; estaba a punto de romperse otra vez.
—Esta chiquita hoy no da tregua… —Patricia se llevó la mano a la frente, temiendo que su llanto enfadara a Alejandro y complicara las cosas para Luciana.
—Démela —ordenó él, extendiendo los brazos.
—¿Perdón? —Patricia se quedó de piedra.
Pero Alba ya se había lanzado a su cuello, sonriendo con todos sus dientecitos de leche.
Alejandro la sostuvo con firmeza, le apretó la manita… y el milagro ocurrió: el llanto cesó.
Patricia no salía de su asombro. ¿Quién diría que este hombre, tan severo, le caería tan bien a los niños?
Alejandro se sintió secretamente orgulloso… hasta que notó algo tibio y húmedo esparciéndosele por el brazo. Se quedó rígido, los ojos como platos.
—¿Señor Guzmán? —Patricia advirtió la tensión.
—Rápido… —dijo él entre dientes—. ¡Llévala a cambiarle la ropa!
—¡Claro! —Patricia, azorada, notó entonces el desastre: el