Alejandro frunció el ceño y se acercó.
—Déjemela —indicó.
—¿S-señor Guzmán? —Patricia se sorprendió al verlo implicarse.
—¡Tíiio! —Alba se abalanzó sobre él en cuanto lo vio.
Alejandro la tomó con firmeza; la pequeña enterró la carita en su pecho y, aunque sollozaba, dejó de chillar.
—Tío no está enojado —dijo él en voz baja, acariciándole la espalda.
—¿De veras? ¿Todavía me quieres? —preguntó ella, con ojos brillosos.
—Claro que sí. —La apretó contra sí y la llevó a su habitación.
***
Un rato después
Luciana llegó jadeando; Patricia seguía despierta, vencida por el sueño.
—Están en la habitación —susurró, señalando la puerta—. Ese hombre me impone… ten cuidado.
—Gracias por todo —murmuró Luciana.
Respiró hondo y entró.
Dentro se escuchaba la voz grave de Alejandro, lenta y suave:
El leopardo se arrepintió de burlarse de la gacela, y la gacela le dijo: “No importa, somos amigos; cuando hay problemas, nos ayudamos…”
Tenía un cuento ilustrado en las manos. Alba, dormida, se acurrucaba en