—Claro, porque si te hubieras fijado en mí, no haría falta pensarlo tanto. Cuando a uno le gusta alguien, lo siente sin que nadie se lo diga —dijo Martina, con un deje de tristeza.
Vicente frunció el ceño, como si estuviera ante la situación más complicada que había vivido en su vida:
—Marti…
—No te preocupes —lo interrumpió ella con una sonrisa suave—. Ya me lo imaginaba. Pero no quería quedarme con la duda, prefería decirlo todo y no arrepentirme después. ¿No crees?
Justo entonces, la puerta del reservado se abrió y el mesero entró empujando un carrito con la comida.
—Señores, aquí tienen sus platillos.
—Muchas gracias —respondió Martina.
Uno a uno, el mesero fue acomodando los platillos sobre la mesa. Ella se volteó hacia Vicente con aparente normalidad:
—Venga, comamos. La cuenta es alta y lo estoy pagando con mi beca de doctorado, así que no hay que desperdiciar nada. ¡Tenemos que terminarlo todo!
—…Claro —aceptó Vicente, sin apetito alguno.
La comida le supo a cartón. Martina tam