Desesperada, Luciana empujó a Alejandro con la mano libre, sintiendo que le salía el corazón por la boca.
—Suéltame. Si tu “novia” nos ve así, ¿quieres que piense mal…?
¿“Novia”? Alejandro frunció el ceño, pero aflojó el agarre y se preparó para salir.
—¡Hey! —lo detuvo Luciana, tomándolo del brazo—. ¿A dónde vas?
—¿No eras tú la que me pedía que me fuera? —replicó él, arqueando las cejas.
—Si sales ahora, te toparás con ella y va a ser lo mismo, —susurró Luciana con apremio—. ¡Escóndete!
Sin darle tiempo a protestar, lo jaló para abrir la puerta de un armario grande y lo empujó dentro, cerrando enseguida.
Alejandro pensó: “Vaya situación…” Pero no hubo tiempo para más, porque en ese mismo instante Juana entró en la cocina.
—Doctora Herrera… —llamó Juana.
—Señorita Díaz —respondió Luciana, fingiendo normalidad. Sostenía un vaso de agua y el pastel, sonriendo en un saludo cortés.
Juana vaciló un segundo, con la mirada como si quisiera decir algo, pero no se atreviera. Luciana se pregunt