—No, en absoluto.
Entre charlas y risas, se alejaron de la cocina. Cuando sus figuras desaparecieron, la puerta del armario se abrió desde dentro y Alejandro salió con el rostro en penumbras, observando la silueta esbelta de Luciana a la distancia.
Dejó escapar una mueca irónica. “¿Qué demonios estoy esperando?”, se preguntó. Cada mínima chispa prendía otra vez las cenizas en su corazón, como un fuego que nunca se extinguía por completo. Era absurdo.
***
Alba, tras tanto jugar, terminó sudando. Luciana la tomó en brazos, y Felipe hizo que un par de empleados las ayudaran a bañarla. No habían traído ropa de cambio, pero —tal como Luciana supuso— enseguida llegó una nueva prenda de princesa, lavada, planchada y lista para usar.
Cuando bajaron, todos los demás ya estaban sentados en el comedor, aguardando a la pequeña princesa.
Miguel extendió la mano de inmediato y señaló la pequeña silla que había colocado junto a él.
—Ven, Alba, aquí tengo tu silla.
El bisabuelo estaba ansioso por aten