Capítulo 839
Temprano en la mañana, Luciana había hervido la infusión dos veces, y la tercera tanda seguía en el fuego. De pronto, sonó el timbre.

Patricia, atareada, le pidió un favor:

—Doctora Herrera, ¿podrías atender la puerta?

—Claro —asintió Luciana, dirigiéndose a abrir.

De inmediato un exquisito aroma inundó el ambiente: Juana estaba en la puerta.

—¿Eh? Eres tú —comentó Juana, que también recordaba a Luciana, aunque no se mostró particularmente curiosa—. ¿Alejandro ya se levantó?

—No lo sé… —respondió Luciana con franqueza.

—Entonces, lo iré a buscar —anunció Juana, pasando al interior como si estuviera en su propia casa y dirigiéndose a la habitación de Alejandro sin contemplaciones.

La recámara estaba en total penumbra, señal de que él seguía dormido.

—¿Aún en la cama? —exclamó Juana, avanzando con descaro. De un tirón, levantó la sábana—. ¡Alejandro, despierta! ¡Ya es hora!

Además, encendió la luz.

—…

Alejandro, sobresaltado por el ruido, entrecerró los ojos y frunció el ceño con fastidi
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