Sin que Luciana tuviera que decírselo, se tumbó para recibir las agujas.
—Señor Guzmán, ¿siente algo especial?
—Ajá —respondió él, medio cerrando los ojos—. Siento el estómago más cálido.
—Entonces funciona —señaló ella con una leve sonrisa—. Dejaremos las agujas media hora, igual que antes.
—De acuerdo.
Después de colocarle las agujas, Luciana se sentó a su lado para supervisarlo. Tras unos segundos de vacilación, se animó a hablar:
—Señor Guzmán, acerca del regalo que le diste a Alba… es demasiado costoso.
Él giró la cabeza con leve molestia. “¿Otra vez lo mismo?”, pensó.
—¿Ah, sí?
—Sí —insistió Luciana—. Tal vez para ti sea una nimiedad, pero para nosotras es demasiado.
Antes de subir, ella había hecho una búsqueda rápida en internet: se trataba de un accesorio de una marca de lujo, y aunque fuese “solo” una pinza con diamantes pequeños, el precio se disparaba a cinco cifras.
—¿Qué estás tratando de decir? —interrumpió Alejandro, frunciendo el ceño—. Si quieres devolvérmelo, tíralo.