Al terminar, hizo una mueca e inmediatamente subió a cambiarse de ropa.
Cuando bajó de nuevo, encontró a Patricia y a Alba en la sala mirando caricaturas. En la pantalla, dos cerditos bailaban felices en un charco de lodo. Al verlo, Patricia se levantó casi de un brinco:
—Señor Guzmán, la señorita Luciana se fue a cambiar; en cuanto termine, llevará a Alba a la escuela. La dejé mirar un ratito la tele, solo unos minutos…
Tenía un tono muy cauteloso, como si temiera hacerlo enojar.
Alba se escondió medio detrás de Patricia, con sus ojitos inocentes brillando. Alejandro sintió una pequeña punzada de fastidio. “¿De verdad soy tan intimidante?”, pensó. “¿Por qué todos actúan como si yo fuera un ogro?”
No era de los que dan explicaciones. Sin decir nada, se dirigió a la salida.
Ya en el auto, seguía frunciendo el entrecejo. Le daba vueltas a lo del “repentino desagrado” de Alba hacia él. ¿Por qué, si antes le caía bien?
Sacó el teléfono y abrió el navegador, escribiendo: “¿Cómo ganarse el c