—No es “cualquier hombre” —protestó ella, a punto de llorar—. Eres tú, a quien yo quiero.
Alejandro se quedó sin palabras. Era imposible razonar con esta “medio extranjera” que entendía todo a su manera.
—Vístete y lárgate de mi casa. Y no vuelvas a pisar esta puerta.
Tras soltar esa orden, se puso una bata y salió de la habitación.
Mientras tanto, en la planta baja, Luciana se mantenía de pie, intranquila. Si no fuera porque necesitaba precisamente la ayuda de Alejandro para resolver el asunto migratorio, habría salido corriendo de allí mucho antes. “¿En serio tenía que dejarme entrar cuando está con su pareja? ¿No pudo posponerlo?”, pensaba con amargura.
Escuchó pasos en la escalera y notó que él bajaba con el ceño fruncido, emanando un evidente malestar.
—Señor Guzmán… —empezó a decir, con la voz algo débil. Al ver su expresión, añadió—. Lo siento mucho. No fue mi intención incomodarlos…
—¡Luciana Herrera! —interrumpió Alejandro de forma brusca.
—¿Eh? —ella se sobresaltó, mirando su