Mientras tanto, en la entrada de la villa, Luciana dudaba. Ese lugar había sido su hogar conyugal en teoría, pero nunca llegaron a vivir allí como una pareja real. Aun así, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta al verlo de nuevo.
Tomó aire y presionó el timbre. Nadie respondió, ni siquiera después de esperar un buen rato. “¿Estará en la ducha?”, pensó. Volvió a tocar, y de nuevo, nada. Al recordar que antes conocía la clave de acceso, se preguntó si Alejandro la habría cambiado. Tal vez no, porque su número de teléfono tampoco había sido modificado.
Deslizó la tapita del panel de seguridad, contuvo la respiración y marcó la serie de dígitos. Al instante se oyó un “bip” y la puerta se abrió. Sintió un vuelco en el estómago. “El código sigue siendo el mismo…”
Entró a la casa y repitió la maniobra con la puerta principal, llegando hasta el vestíbulo. No vio a Alejandro en la planta baja, así que imaginó que estaría en la segunda. Al subir, se preguntó en qué habitación estaría. Not