Alejandro le dirigió una mirada indiferente y comentó con un tono desganado:
—Vaya, sí que eres persistente.
—Jeje —Juana no se inmutó y sonrió encantada, con los ojos hechos dos lunas—. ¿“Persistente” es un elogio? ¡Gracias por decirlo!
Alejandro y Sergio se quedaron pasmados. Juana había vivido en el extranjero durante años y su manejo del español no era el mejor. Parecía que, aunque la insultaran, ella lo tomaría como un cumplido.
Reprimiendo las ganas de soltar un suspiro, Alejandro siguió avanzando hacia el interior del salón, esta vez sin apartarla de su lado. Juana, alegre, no paraba de parlotear:
—Alex, ¿verdad que te estoy empezando a gustar? ¡Te juro que soy genial!
—Cállate —respondió él, con el ceño aún fruncido—. Si sigues hablando tanto, mejor aléjate.
—Mmm… —Ella se tapó la boca de inmediato, negando con la cabeza y abriendo los ojos como platos.
Aquella noche, Alejandro bebió más de lo habitual. Desde hacía tiempo no se ponía límites con el tabaco y el alcohol, y última