Alejandro entrecerró los ojos. Su voz sonó como un reproche:
—¿Qué se supone que haces?
—Quería ayudarte a quitar la ropa… así estarías más cómodo. ¿Te desabrocho la corbata también? —explicó Juana.
—No te necesito —soltó Alejandro, aflojando la mano y apartándola. Entonces él mismo se quitó la corbata y la chaqueta con movimientos bruscos. Cuando terminó, se quedó mirándola fijamente.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó ella, un tanto insegura. Como buena niña mimada, no tenía experiencia cuidando de nadie—. ¿Quieres que haga algo más?
—Agua —pronunció él con voz ronca y, tras un segundo, agregó—. Con hielo… bastante.
—Oh… de acuerdo —asintió Juana, dispuesta a cumplir.
Se encaminó a la cocina y regresó con el vaso repleto de cubos de hielo. Lo acercó a los labios de Alejandro.
—Toma, aquí tienes.
Él bebió de un solo trago. Cuando ella iba a llevar el vaso vacío de vuelta a la cocina, él la retuvo, tomándola de la muñeca y tiró de ella haciéndola sentarse de golpe en el sofá. Juana, sorpren