En la puerta principal, Luciana seguía cargando a Alba, quien se recostaba sobre su hombro.
—Mami, tengo hambre… —dijo la niña con voz tierna.
—¿Ah, sí? —Luciana le acarició la carita—. En cuanto regresemos, te prepararé unos fideos con mariscos, ¿qué te parece?
—¡Sí! —respondió Alba, dando brincos de alegría con la cabeza.
—Eres un sol… —murmuró Luciana con ternura.
Detrás de ellas, se escucharon pasos. Era Alejandro, que salió despacio. Luciana, de espaldas, no lo vio, pero Alba sí, y sonrió, saludándolo con la mano.
—¡Señor!
—¿Hm? —dudó Luciana un instante y se giró para ver que Alejandro se había acercado.
El encuentro visual resultó un tanto incómodo para los dos:
—Señor Guzmán…
—Sí —asintió él.
Permanecieron hombro con hombro, y una brisa nocturna sopló sobre ellos, alargando sus sombras contra el piso.
Alejandro le acarició la cabeza a Alba y, de reojo, observó a Luciana. Miles de preguntas revoloteaban en su mente: ¿Cuándo volvió? ¿Por qué?
Pero al hablar, su tono fue algo dist