Luciana lo contempló con una expresión suplicante.
—¡Yo vi ese Porsche, era de Mónica! ¡Lo juro! ¿Tú no me crees?
Su voz adoptó un tono de desesperación. Señaló directamente a Salvador:
—Dile la verdad, tú lo sabes. ¡Admite que fue Mónica! Todos ustedes son de la gente de Alejandro, ¿no? Puedes confirmarlo, ¿verdad?
—Luciana… —susurró él, con la impotencia pintada en su rostro—. Créeme, no estoy protegiéndola. La policía hace su trabajo, pero sin pruebas…
Luciana no quería oír más explicaciones; tenía la cabeza llena de imágenes de Fernando en la sala de operaciones, luchando entre la vida y la muerte.
—¿Otra vez la vas a encubrir como hiciste antes? Pero ¡esta vez es distinto! —espetó con ira—. Fernando es inocente, y te aseguro que la ley no puede ignorarlo. ¿Vas a pasarlo por alto a favor de ella?
—Luciana… —La frustración de Alejandro era evidente. Sabía que su pasado con Mónica había hecho que Luciana no pudiera darle el beneficio de la duda—. Por favor, cálmate… estás muy alterad