—Incluso si te lo quedaste a él, ¿de qué te sirve? —comentó Mónica con una sonrisa cargada de amargura—. En su corazón, no dejará de recordarme. Aunque no me vea más, seguiré ahí, como un fantasma entre ustedes.
Para reforzar sus palabras, añadió con cinismo:
—Imagino que ya te enteraste: el “doble secuestro” fue mi propio montaje. Él lo sabía todo y, aun así, me dejó en paz. ¿Sabes por qué? —alargó la última frase con un gesto teatral—. Porque no soporta verme sufrir. Jamás me haría daño, ni siquiera por ti. ¿Entiendes?
Cada palabra le taladró los oídos a Luciana, desgarrándole el pecho. Entonces, todo cuadraba: su cercanía, el hecho de que Alejandro la protegiera… Hubo un tiempo en que compartieron un lazo mucho más profundo de lo que ella había imaginado.
—Bueno… —Mónica suspiró, sintiéndose satisfecha—. Entraré a recoger mis cosas.
Comenzó a alejarse, pero no pudo evitar voltear una vez más, deleitándose con la expresión aturdida de Luciana. Esa mirada perdida le resultaba delicios