—Vamos, Luciana, levántate —le dijo, pasando los brazos por debajo de sus costillas y ayudándola a incorporarse.
Ella lo miró desde su regazo.
—¿Todo terminó?
—Claro —susurró Alejandro, besándole la frente—. Siempre estuviste libre de culpa. No tenían nada contra ti.
La sostuvo con cuidado mientras salían. Luciana, con la mente embotada, presentía cierto cambio extraño. Bajando por las escaleras, el celular de Alejandro vibró; él miró la pantalla y, sin decir nada, cortó la llamada sin atender.
Luciana alcanzó a notar el nombre: era Mónica. Alejandro guardó el teléfono en el bolsillo, y su rostro se tensó con un dejo de melancolía… e indiferencia.
—Sujétate bien y ve con cuidado —le dijo, dedicándole una mirada tierna—. La escalera es empinada.
—Sí… —asintió ella, acomodándose contra él.
Una vez en el auto, Luciana no paraba de pensar: algo no cuadraba. Esa denuncia absurda, la llamada de Mónica, la actitud distante de Alejandro…
De pronto, levantó la vista y lo contempló como si hubie