—Entonces olvídalo. Si no me llevas, mejor no vayas.
Ante esas palabras tajantes, Alejandro se sintió atrapado. Apretó los dientes:
—Bien… pero no saldrás del auto. Y pase lo que pase, tú y el bebé no deben correr ningún riesgo.
—De acuerdo.
Subieron al vehículo y se dirigieron a la ubicación que Mónica había enviado. Era una construcción abandonada en la periferia oeste de la ciudad. Al llegar, vieron que Mónica, que se había adelantado, les hacía señas mientras descendía de otro auto. Ella ya no necesitaba silla de ruedas, pues sus piernas estaban en mejor estado y, tras cambiar de tratamiento, las quemaduras cicatrizaban deprisa.
En cuanto el coche frenó, Alejandro se inclinó y abrazó a Luciana.
—Espera aquí. Ese tipo solo busca dinero. Lo arreglaré rápido y volveré por ti.
—Bien.
—Portáte bien —añadió él, bajando al fin.
—¡Alex! —gritó Mónica, corriendo hacia él. Alzó la vista hacia el interior del auto—. ¿Vino Luciana también?
—Sí —reconoció Alejandro—. Fuimos a ver la sala de par