—¡No! —saltó Alejandro, negándose de inmediato.
—De acuerdo —dijo Mónica, contrariando a Alejandro.
—Mónica… —Alejandro frunció el ceño—. Es muy peligroso. ¡No sabes lo que puede hacerte!
—¿Qué otra opción hay? —respondió ella, con un suspiro.
—Dices que solo quiere dinero…
—Sí —replicó ella, con mirada tensa y algo húmeda—. Alex, es mi madre. ¿Te crees que, sabiendo el riesgo, no voy a hacer lo necesario?
Era un deber filial: aunque fuera una situación peligrosa, no podía desentenderse. Alejandro no supo cómo rebatir eso. Tomó el maletín de las manos de Sergio y se lo entregó a Mónica.
—Por favor, ten cuidado. No te acerques demasiado. Si notas algo raro, corre de vuelta.
—Ajá —Mónica esbozó una leve sonrisa.
Al ver que su brazo izquierdo seguía en recuperación, Alejandro preguntó:
—¿No te pesa mucho? ¿Podrás llevarla?
—Estoy bien —contestó Mónica, levantando la maleta con la mano derecha—. Aquí no tengo heridas.
—De acuerdo, ve con cuidado —dijo él, soltándola con cierta reticencia.