Era Victoria. Luciana había marcado el número fijo de la familia Domínguez. Con voz nerviosa, preguntó:
—Señora Domínguez, ¿Fernando está en la casa o vive por su cuenta?
—¿Luciana? —La voz de Victoria, al otro lado, sonó entre sorprendida y emocionada—. Está aquí en casa. ¿Quieres venir a verlo?
—Claro…
Luciana colgó con el corazón oprimido. De regreso al auto, le dio una nueva dirección a Simón:
—No volvamos todavía a mi departamento, llévame aquí.
—Como ordene, cuñada.
Simón la condujo hasta el lugar indicado.
—Espérame en la entrada —le pidió Luciana antes de bajar.
Tocó el timbre, y fue Victoria quien le abrió. Al reconocerla, le tomó la mano con expresión conmovida.
—Luciana, gracias por venir. Pasa, por favor.
—Señora Domínguez… —Luciana sentía un nudo en la garganta—. ¿Dónde está Fernando?
—Acompáñame.
Con pasos silenciosos, Victoria la guio hasta una salita anexa y señaló un espacio junto a la ventana.
—Mira, ahí está él.
Fernando descansaba en un sillón reclinable, los ojos c