Él sintió que los ojos le brillaban como fuegos artificiales.
—Fuiste tú quien me provocó.
Sin perder tiempo, la llevó hasta la cama y la recostó con cuidado, inclinándose para besarla con más intensidad. Pero Luciana se puso nerviosa, lo empujó con la mirada humedecida:
—No, por favor…
—Tranquila —murmuró él, con la voz ronca pero dominando sus impulsos—. Sólo te besaré y te abrazaré… nada más.
Ella, sin embargo, lo miró con los ojos bañados en un llanto que no llegaba a soltar y sacudió la cabeza con determinación:
—No… no quiero. Me siento fea.
Durante el embarazo su cuerpo había cambiado, y Luciana no se hallaba precisamente atractiva. Alejandro comprendió de inmediato y casi se rió con ternura.
—¿Fea? Claro que no. Para mí, siempre estás hermosa.
—Mmm… —ella no pudo contestar mucho más.
Esa mañana, Alejandro llegó tarde a la oficina. Postergó la reunión una hora y, aun así, apareció luciendo una actitud de euforia que no se molestó en ocultar. Nadie podía pasar por alto el sonrojo