El calor de su abrazo fue haciendo que Luciana se relajara poco a poco. La ansiedad seguía latente, pero la sensación de pánico se suavizó.Pasó un buen rato de silencio compartido.—Oye… —murmuró ella al fin, empujándolo ligeramente. Su voz sonaba ronca por haber llorado.—¿Mmm? —Él ni se movió—. Dame un poco más de tiempo. Déjame abrazarte un poco más.—Hmpf… —Luciana puso mala cara y se zafó—. ¡El agua se está enfriando!—¿Qué? —Alejandro se sobresaltó, mirando el recipiente con agua para los pies—. Ay, perdóname, se me pasó.Con rapidez se agachó, tomó la toalla, y con un cuidado infinito secó los pies de Luciana.—Lo siento, lo siento. Se me fue la mano…Con suavidad, le sonrió para calmarla. Ella se limitó a ignorarlo, algo enojada.—No vuelvas a dejarme congelándome, ¿entiendes?Él apenas se encogió de hombros y le dio un beso a uno de sus pies.—¡Alejandro! —exclamó ella, sobresaltada—. ¿Te volviste loco? ¿Te parece que eso está limpio?—¿Y? —replicó él con un matiz de burla—.
—¡Ja!, ni lo digas. Entre mejor sea la chica, más difícil de conquistar…—Ajá… —farfulló Alejandro con un leve fruncimiento de ceño, aunque en el fondo se veía más divertido que molesto—. ¿Quién les dio permiso de llamarla “Luciana”, eh?Juan y Simón se quedaron sin palabras, atónitos. ¿Ni siquiera podían nombrarla? ¿Tanto era su afán de exclusividad? Entonces Alejandro soltó una risa y declaró:—De ahora en adelante, llámenla “cuñada”.Los dos hermanos se miraron estupefactos, pero enseguida rompieron a reír y contestaron al unísono:—¡Entendido, primo! ¡“Cuñada”!—Muy bien. —Él alzó la barbilla con expresión de triunfo—. Y díganle a Sergio que no se confunda cuando la vea, o le recorto el bono.***A la mañana siguiente, Alejandro llegó a casa de Luciana mucho más temprano que de costumbre.—¿Tan pronto? —Luciana salió a medio vestir, con cara de sueño—. ¿Qué pasó?—Nada —contestó él, incapaz de decirle que aún temía haber soñado todo. Solo al verla respiraba tranquilo—. Te traje alg
Su voz sonaba tenue y el gesto sombrío. Él adivinó que estaba molesta. Al final de cuentas, Mónica aún era el mayor obstáculo entre ellos.Hace tiempo que Alejandro le había contado todo a Luciana, se lo había prometido… le había dicho que para él, su historia con Mónica era cosa del pasado. Pero entendía que las palabras no bastaban; solo sus actos podrían confirmarlo.Sin decir más, rodeó con los dedos la mano de Luciana.—¿De verdad quieres que me vaya?Ella alzó la mirada, con una mueca que buscaba parecer divertida.—¿Y si te digo que no? ¿Te quedarías?—Te hice una pregunta primero —replicó, intentando salir airoso con un simple juego de palabras—. Mejor respóndeme tú primero.Luciana se quedó en silencio, sintiéndose acorralada. Hasta hace poco, su actitud ante la relación era distante; podía decir lo que quisiera sin sentirse comprometida. Pero ahora, había decidido darle una oportunidad a esa historia. Cuando dos personas están juntas, hay mucho más que ponderar.Mirándolo con
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de