Estaba pensando en los riesgos que Alondra le había mencionado antes.
—No, no hay peligro real, señor Guzmán. Creo que está siendo un poco alarmista…
—Alejandro. —La voz de Luciana resonó a sus espaldas.
—Hablamos luego, adiós —soltó de inmediato, colgando y dándose la vuelta con una sonrisa forzada, procurando que no notara nada extraño—. ¿Ah? ¿Qué decías?
—¿A quién llamabas?
—A Sergio —mintió sin pestañear.
Luciana esbozó una risa escéptica. Ya estaba acostumbrada a sus pequeñas mentiras piadosas.
—¿Te bañaste? —preguntó él, cambiando de tema.
—Sí, me di una ducha rápida.
Alejandro revisó de reojo sus pies.
—¿Te sumergiste los pies?
—¿Ah? —Luciana se quedó pasmada—. No… ¿Por qué habría de hacerlo?
—Te vendría bien un remojo —comentó él, y la condujo hasta el sofá—. ¿Tienes un balde grande o algo por el estilo?
—¿Eh? No, no tengo un balde para los pies.
—Mmm… ¿y una palangana o algo así?
—Tal vez una tina pequeña. Pero, ¿para qué…?
—Espera. —Él fue al baño y regresó con una palangana,