El departamento de Tomás estaba en la planta baja, con un pequeño jardín repleto de hierbas y flores medicinales.Tocaron el timbre y la empleada de la casa salió a abrir.—¿Ustedes son los alumnos del doctor? Adelante, por favor.—Gracias.Tomás tenía la tarde libre y acababa de echarse una pequeña siesta.—Tomás, ¿cómo ha estado últimamente? —saludó Luciana con respeto.—Muy bien —respondió, sentado mientras sorbía un té—. ¡Luciana! Entonces, ¿tú eres su esposo? —añadió, dirigiéndose a Alejandro.Era sabido en Muonio que Luciana y Alejandro estaban casados, aunque ella no lo fuera pregonando.—Sí, así es.—Venga, tomen asiento —invitó Tomás, señalando las sillas frente a él. Alejandro obedeció y se sentó.—Extiende el brazo para que Tomás te tome el pulso —indicó Luciana, apuntando al antebrazo de Alejandro.—Claro, muchas gracias por atenderme, doctor —dijo él, colocando el brazo sobre la mesa.Tomás cerró los ojos y se concentró, como si contuviera la respiración mientras palpaba c
La sola idea le resultó incómoda a Luciana. Con el dinero que él tenía, seguramente podría contratar a alguien que le preparara el remedio en la puerta de su oficina.—Tal vez me extralimité… —murmuró, avergonzada.Pero Alejandro enarcó las cejas al notar que Luciana volvía a cambiar de idea. Fingió molestarse:—No me parece justo que te retractes tan rápido después de prometerlo.—¿Eh? —Luciana se quedó pasmada. ¿Quería que lo hiciera o no?—A lo que me refiero… —dijo él, con una mueca de diversión—. Es que sería muy pesado para Simón traer y llevar el remedio a cada rato. Mejor vengo yo.—¿Tú…? ¿Tres veces al día? ¿No es peor? —preguntó Luciana, sorprendida.—Si no me equivoco, en la medicina tradicional siempre dicen que el remedio recién hecho tiene más potencia —argumentó Alejandro con las cejas alzadas—. ¿Verdad?—Sí, eso es cierto —admitió ella—. Pero, si vienes en auto, no es mucho el retraso. ¿No crees que es un fastidio estar yendo y viniendo?—No pasa nada —insistió él, impe
Él se quedó callado un instante, pensando en que aquello seguía por un largo camino. No obstante, con una docilidad poco habitual, contestó:—Perfecto, “me encanta”.***Tras una semana de hospitalización, los indicadores de Pedro eran estables y, como donante, tenía luz verde para irse a casa. Con cuidado y buena alimentación, en medio año debería recuperarse completamente. La presencia de Balma en su vida también contribuía a que no fuese un gran problema.Ese mismo día, Alejandro había pasado por el departamento de Luciana para tomar su dosis de medicina. Juntos fueron al hospital a arreglar el papeleo y luego llevaron a Pedro de vuelta a Estancia Bosque del Verano.En el camino de regreso, Alejandro mencionó:—Luciana, por la tarde debo viajar a Reeton.De inmediato, ella pensó en el tratamiento:—¿Y cómo harás con la medicina? —La terapia con hierbas no debía interrumpirse, o de lo contrario se perderían los avances.—¿Qué puedo hacer? —Él se encogió de hombros—. Tendré que dejarl
Anteriormente había tenido mareos y sensación de que todo se movía a su alrededor. En cambio, esta vez fue como si simplemente hubiera quedado a oscuras, como si alguien apagara la luz de golpe.Entonces recordó algo: no era tan inusual. En el día de la cirugía de Pedro, sucedió algo parecido. Ella despertó y creyó que la habitación estaba completamente oscura, incluso preguntó a Martina por qué no encendía la luz. Pero esa vez duró muy poco, y la ansiedad por la cirugía de su hermano le impidió darle mayor importancia. Lo atribuyó al cansancio de la noche anterior.Tal vez se equivocó.Esta vez, la oscuridad era más notoria. Luciana, con un nudo en la garganta, se recargó en el zapatero, obligándose a mantener la calma.Esperó alrededor de un minuto, tal vez un poco más, hasta que poco a poco empezó a percibir luces y siluetas. Volvía a ver.Lejos de alegrarla, esta recuperación momentánea la puso en alerta. No era normal.Luciana sospechaba que Alejandro y la doctora Alondra le ocult
—El bebé no presenta problemas, el inconveniente recae en usted… ya experimentó episodios de ceguera temporal. Si esto progresa, siendo usted médico, sabe bien que no podemos predecir con certeza qué pueda pasar.—Sí, lo comprendo. —Luciana asintió. En medicina, cada caso evoluciona de modo distinto, y no hay garantías absolutas.—Gracias, doctora.—No hay nada que agradecer.Al salir del consultorio, Luciana estaba pálida. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Bajó la vista y llevó una mano a su vientre.Al principio, ni siquiera estaba muy convencida de tenerlo. En estos meses, el embarazo le había causado muchas molestias. Pero ahora que el bebé ya era tan grande, podía sentir sus movimientos y latidos, esa conexión sanguínea tan especial…Había hecho planes para su vida, incluyendo a Pedro y a este pequeño ser que llevaba dentro. ¿Cómo había terminado en esta encrucijada?¿Debería renunciar a él? Ya era un feto muy desarrollado, casi una personita formada. ¿Tanto esfue
Con estas cavilaciones en la cabeza, esa noche Luciana no logró un sueño profundo. Al levantarse, descubrió que los pies se le habían hinchado como bollos.Al presionar con un dedo el empeine, se formaba un hoyuelo que tardaba en desaparecer. Suspiró: eran los malestares típicos del embarazo que, a medida que avanzaba, parecía complicarse más.Tras su rutina matinal, Luciana salió de casa. Había quedado con Martina en visitar a su madre. Aprovechó el trayecto para comprar unas mandarinas feas por fuera pero muy dulces por dentro, la variedad favorita de la señora Laura.La familia de Martina vivía en la parte sur de Muonio, en una zona de casas un tanto antiguas. Habían surgido hace años con un negocio de tamaño mediano, lo bastante para vivir sin estrecheces… aunque últimamente atravesaban dificultades.Martina salió a abrir la puerta y, al ver a Luciana, exclamó con cariño:—¡¿Cómo se te ocurre andar en este frío?!Al mismo tiempo, la jaló con suavidad para que entrara.—¡Entra, no q
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese