—¿Yo? —repitió Luciana, sin entender.
—Sí… —él alzó la barbilla, señalando a la puerta del cuarto—. Escucharte animar a Pedro fue como verte con un aura especial. Estoy seguro de que serás una gran mamá.
Al decirlo, su mirada vagó fugazmente hacia el vientre de Luciana.
Él lo decía sin pensar en dobles intenciones, pero para Luciana significó un golpe en la conciencia. ¿Una buena madre? Aquello la hizo recordar cuánto empeño había puesto Alejandro en demostrar su aceptación hacia el bebé que ella esperaba.
¿Sería por su formación, más abierta a los valores occidentales? ¿O esa calidez incondicional provenía, sin él saberlo, del lazo de sangre?
Mientras caminaban a la par por el pasillo, Luciana, en un arrebato, preguntó:
—Si… digamos que, en lugar de haberme casado embarazada contigo, hubiera sido otra mujer… ¿También habrías aceptado al bebé sin problemas?
Alejandro se detuvo de golpe, con la mirada profunda y misteriosa.
—¿Luciana? ¿Te das cuenta de lo que estás preguntando?
—¡No…! —