Con ese voto de confianza, la leve sonrisa de Luciana se desdibujó. Lo miró de frente y respondió, despacio y con absoluta claridad:—De acuerdo. Seré sincera. Acepté casarme contigo —bajo aquel contrato— por dinero, para costear el tratamiento de Pedro. Luego, cuando descubrí que eras el novio de Mónica, me negué a divorciarme para vengarme de ella, de toda su familia. Ésa… —pausó, dejando escapar un suspiro— es la razón.Las palabras retumbaron en la cabeza de Alejandro, que quedó aturdido. ¡Así que todo se debía a la venganza! De pronto, recordó la vez en que lo apuñalaron y acabó en el hospital; cómo Luciana había dicho que podía amar a quien quisiera, que le daba igual. Muchas cosas empezaban a encajar.Entonces, ¿qué había de esas sensaciones que él interpretó como cariño sincero por parte de Luciana? ¿Había sido un engaño diseñado para hacerlo creer que lo quería, mientras preparaba su revancha? Le aterraba profundizar en esa idea. Se limitó a esbozar una leve sonrisa, con el ce
Ya una vez había ocurrido… y ella temía que volviera a suceder.Además, le dolía el pecho de nuevo. Se sentía sofocada. Temiendo un desmayo, regresó a su habitación y se recostó, pero no pudo conciliar el sueño. Aquellas palabras que había soltado seguían dando vueltas en su cabeza: «Acepté quedarme en ese matrimonio para vengarme…».En la oscuridad, Luciana se presionó el pecho y musitó:—Pero después… ya no pude mantenerme firme.Se había enamorado, y para colmo, de la persona equivocada. Se había tejido su propia trampa.Esa noche, Alejandro no regresó a la habitación. A la mañana siguiente, Luciana bajó a la cocina a desayunar, sin rastro de él por ningún lado. Al parecer, había salido temprano hacia la empresa. «¿Tan temprano, con la resaca que debía de tener?», pensó. «Vaya resistencia física.»Después de suspirar un par de veces, se puso la mochila al hombro y salió. Simón, como de costumbre, ya la esperaba para llevarla.—Luciana… —dijo él en un momento, mirándola con preocupac
—Fernando.—Luciana —dijo él con una ligera sonrisa, más rápido que ella para saludar—. Cuánto tiempo sin vernos.—Sí… Ha pasado un buen rato —respondió Luciana, aun sabiendo que, en realidad, no había sido tanto.Sin embargo, el cambio en Fernando era evidente. Cada vez que lo volvía a encontrar desde que terminaron, lo notaba más delgado. A Luciana se le revolvían las emociones al verlo así; no encontraba palabras para describir ese nudo en la garganta.—¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de sonar casual.Fernando se encogió de hombros con la misma sonrisa tranquila de siempre y miró de reojo a Lorenzo.—El doctor Lorenzo Manzano es amigo mío, vine a saludarlo, pero ya me voy.¿De verdad era solo eso? Luciana supuso que había más detrás de su visita, pero decidió no confrontarlo.—Entonces… ¿te acompaño a la salida?—Claro —aceptó Fernando.Conversaron brevemente mientras salían de la estancia. Luciana notó que él desviaba la mirada de vez en cuando hacia su vientre.—Te ha crecido
Rayos de sol, un cielo despejado.En la cancha de baloncesto, varios jóvenes sudan la gota gorda mientras juegan.—¡Fernando, tú puedes!—¡Venga, Fernando, échale ganas!Sus compañeros lo animaban a gritos. Uno de ellos, burlón, lo pinchó con la broma de siempre:—Oye, Fernando, todas estas chicas vinieron a ver al “galán del campus”. Con tanta belleza rondando, ¿de verdad no se te antoja ninguna?—¿Qué dices? —lo interrumpió otro—. ¡Fernando tiene novia!—Ah, no te pongas así. Su novia ni siquiera está aquí. Solo bromeaba.—Mira, Fernando, ahí está Valentina, la chica de Derecho. Dicen que su papá es un abogado famosísimo, ¿no te llama la atención? Su familia tiene mucho más dinero que tu novia.—Es cierto —agregó alguien—, eso de “familias compatibles” nunca pasa de moda.—¡Ya basta! —espetó Fernando, arrojando la toalla con la que se secaba el sudor y fulminándolos con la mirada—. Se acabó el juego. ¡Olvídense de que los invite esta noche!—¿Qué? —protestaron los demás, entre risas
El frío del filo cortó su piel, y la sangre empezó a brotar en hilos escarlata. Fernando observó cómo el color rojo se extendía, sintiéndose cada vez más pálido, pero curiosamente aliviado. Tal vez, cuando se desangrara por completo, al fin descansaría de este tormento.Sin prisa, jaló una silla y se sentó, dejando el brazo colgando sobre el lavabo, como si solo esperara la llegada de ese instante de “liberación”. Para él, la muerte no era más que un sueño eterno que no lo asustaba en lo absoluto.El frío se fue apoderando de su cuerpo y su mente se llenó de bruma. Entre lo difuso de su conciencia, percibió pasos apresurados y unas voces que resonaban a su alrededor.—¡Fernando! ¡Fernando! —El grito angustiado de una mujer lo sacudió por un segundo.Era Victoria, su madre, quien, al ver el charco de sangre en la muñeca de su hijo, quedó petrificada del susto. De inmediato se llenó de lágrimas, que le rodaban sin control por las mejillas. Con las manos temblando, sacó su celular y marcó
—¿Cómo sigue, doctor? —preguntó Victoria, tropezando en su apuro por acercarse.El doctor frunció el entrecejo y fue muy directo:—No es alentador… La herida ya fue suturada, pero sus signos vitales siguen inestables. ¿Ustedes saben qué lo llevó a esto?Diego y Victoria se miraron entre sí con desesperación y guardaron silencio. Al ver que no respondían, el médico suspiró:—Lo pasaremos a una habitación y observaremos si mejora. —Tras trasladarlo, el especialista revisó las constantes de Fernando y negó con la cabeza—. Sus signos son extremadamente débiles… Y, por lo que parece, él mismo no tiene intención de luchar. ¿De verdad no tienen idea de qué sucede? Traten de hacer algo…El doctor se marchó, dejándolos con la incertidumbre. Mientras Victoria se repetía en voz baja que debía hallar una solución, de pronto se aferró al brazo de Diego y se giró para mirar a Vicente.—¡Vicente, hay una forma de salvarlo!El muchacho la entendió al instante, aunque no podía creerlo del todo.—¿Se re
La escena tomó a Luciana por sorpresa, dejándola sin saber cómo reaccionar.—Señora Domínguez, ¿por qué hace esto? —preguntó, incrédula.—¡Sí, exactamente! —intervino Amy, la empleada, quien ya era de cierta edad y se había asustado con la reacción de Victoria, además de sentirse algo indignada—. Señora Domínguez, nuestra señora aún es muy joven, ¿cómo se atreve a llegar a estos extremos? ¡Va a provocarle un disgusto!—N-no fue mi intención… —murmuró Victoria, negando con la cabeza llena de confusión.—¡Entonces póngase de pie, por favor! —insistió Amy, molesta—. Es medianoche, llegan llorando y de rodillas… ¿a qué quieren asustarnos?—Sí, está bien… —Diego ayudó a Victoria a incorporarse y ella, de inmediato, tomó las manos de Luciana con fuerza.—Luciana, perdóname si te he atemorizado. Es que estoy desesperada, ya no sé qué más hacer… ¡Por favor, sálvalo! ¡Salva a Fernando!—¿Salvarlo de qué? —preguntó Luciana, cada vez más confusa.Victoria dejó escapar un torrente de lágrimas ante
Tomó asiento junto a la cama y revisó de reojo las cifras del monitor. Eran preocupantes.—Fer… soy yo, Luciana. He venido —susurró con la voz ahogada en llanto.No obtuvo respuesta, ni siquiera un leve movimiento. Luciana se debatió un momento antes de alargar su mano y rozar, con delicadeza, los dedos de Fernando. Luego se atrevió a sostener su mano con cuidado. Habló de nuevo, esta vez con la voz entrecortada:—Fer, estoy aquí… vine a verte.—¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué no me dijiste que te sentías tan mal? Soportarlo tú solo… debió ser terriblemente difícil.Se limpió las lágrimas que brotaban sin control.—No te rindas, por favor… No te dejes ir. Todo va a mejorar, ¿sí?—Quédate conmigo… yo estoy aquí, a tu lado, Fer.Luciana murmuraba en voz baja, sintiéndose impotente. Ella no padecía depresión, y no alcanzaba a comprender cómo podía él hundirse tanto. ¿Qué debía hacer para ayudarlo?Como doctora, sabía que, pese a su estado, Fernando podía oírla. De pronto, se le ocurrió al