Ya en la mitad del embarazo, su vientre empezaba a presionar la vejiga, y necesitaba levantarse un par de veces por noche. Cuando regresó, notó que el lado de la cama de Alejandro seguía vacío. Miró la hora: la una de la madrugada.
Frunció el ceño. Si bien Alejandro tenía muchas reuniones sociales, desde que se casaron casi nunca se quedaba fuera hasta tan tarde. Se preguntó si debía llamarlo, y alcanzó a tomar su teléfono, pero terminó dejándolo a un lado.
Se levantó y se dirigió al estudio. La puerta no estaba cerrada con llave y se veía una franja de luz que salía por la rendija. Salvo para la limpieza, nadie solía entrar allí sin permiso, así que era evidente que Alejandro estaba adentro.
«¿Qué hace todavía despierto a esta hora?», pensó Luciana, mientras giraba con cuidado la perilla y abría la puerta.
Bajo la luz cálida de la lámpara, Alejandro descansaba en el sofá, aparentemente dormido. Sobre la mesita auxiliar se veían una botella de vino tinto vacía y una copa. Al acercarse,